El Mate. Por: Adriana Rolando
No domino el arte de cebar
mate, seguramente porque en mi casa materna, todos descendientes de españoles,
no tenían esta costumbre cotidiana.
Un día, no obstante, me
propuse aprender a hacerlo viendo “Utilísima”, ese programa que todo lo enseñaba.
El hecho es que mi aprendizaje no logró sus
objetivos.
Mis mates siguieron pareciendo
simplemente “una sopa” donde el agua no sé por qué extraña razón no quiere
juntarse con la yerba, viéndose como yogur cortado.
Desde allí tomé la decisión que
NO VOLVERÍA A INTENTARLO.
Los que sí son graduados en la
manufactura de los mates son mis hijos.
En los estudios universitarios
siempre estuvo presente este semilíquido verde y triunfal.
Cuando había que pasar la
noche en vela.
Cuando se estudiaba de a pares.
Cuando se estudiaba en grupo.
Cuando se rendía libre, regular,
promocional o en la compañía de un
aplazo.
Dejaron rastros de esta
compañía inseparable en sus apuntes, en sus ropas y a veces en alguna quemadura fugaz.
Hoy cuando me llaman por teléfono
y me dicen:
- MA….voy a tomar unos mates,
andá preparando todo, saben muy bien que lo que haré es poner la pava al fuego,
buscar el mate, la bombilla y la yerba y
colocarla en la mesa.
Sólo tengo que esperar que
lleguen para disfruta de verdaderos mates ciudadanos, esos que lucen
resplandecientes porque sus hacedores
conocen sus más íntimos secretos:
-¿Má se te hirvió el agua?
-Ponele un chorrito de soda.
-¿No te anda la bombilla Má?
-
Golpeá el mate por abajo y empezará a
funcionar.
-¿Querés que le pongamos un
poco de grapa como lo hace papá?
No importa con qué se acompañe. La compañía siempre serán palabras dichas por turno que cuentan
historias saladas, dulces o picantes que
sirven para engordar la vida.