viernes, 3 de noviembre de 2017

Final del cuento HERNÁN de Abelardo Castillo

Y así fue como la apuesta tomó vida y se convirtió en realidad…

Hernán se paró como siempre. La Señorita Eugenia se preparó para escuchar una lección especialmente preparada para ella imaginándola más pausada y cadenciosa después de lo sucedido.

Esto no ocurrió, Hernán con paso firme y actitud de ganador no se dirigió a ella sino al pizarrón.

Allí pego en el medio y para la vista de todos nosotros la última carta que le había enviado la Señorita Eugenia, prueba irrefutable de haber aceptado un encuentro en su casa.

En el hecho quedaron plasmados  la inteligencia, audacia, crueldad e insensibilidad de Hernán que fue condecorada con el hurtado “escapulario de la Señorita Eugenia” y la vulnerabilidad de una persona que sólo cometió  el pecado de enamorarse de uno de sus alumnos.


                                                                            Adriana Rolando





“Hernán”, de Abelardo Castillo

Me atrevo a contarlo ahora porque ha pasado el tiempo y porque Hernán, lo sé, aunque haya hecho muchas cosas repulsivas en su vida, nunca podrá olvidarse de ella: la ridícula señorita Eugenia, que un día, con la mano en el pecho, abrió grandes los ojos y salió de clase llevándose para siempre su figura lamentable de profesora de literatura que recitaba largamente a Bécquer y, turbada, omitía ciertos párrafos de los clásicos y en los últimos tiempos miraba de soslayo a Hernán.
Quiero contarlo ahora, de pronto me dio miedo olvidar esta historia. Pero si yo la olvido nadie podrá recordarla, y es necesario que alguien la recuerde, Hernán, que entre el montón de porquerías hechas en tu vida haya siempre un sitio para ésta de hace mucho, de cuando tenías dieciocho años y eras el alumno más brillante de tu división, el que podía demostrar el Teorema de Pitágoras sin haber mirado el libro o ridiculizar a los pobres diablos como el señor Teodoro o hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia que guardaba violetas aplastadas en las páginas de Rimas y leyendas y olía a alcanfor.
Ella llegó al Colegio Nacional en el último año de mi bachillerato. Entró a clase y desde el principio advertimos aquella cosa extravagante, equívoca, que parecía trascender de sus maneras, de su voz, lo mismo que ese tenue aroma a laurel cuyo origen, fácil de adivinar, era una bolsita colgada sobre su pecho de señorita Eugenia, bajo la blusa. Ella entró en el aula tratando de ocultar, con ademanes extraños, la impresión que le causábamos, cuarenta muchachones rígidos, burlonamente rígidos junto a los bancos, y cualquiera de los cuarenta debía mirar a la altura del hombro para encontrar sus ojos de animalito espantado. Habló. Dijo algo acerca de que buscaba ser una amiga para nosotros, una amiga mayor, y que la llamáramos señorita Eugenia, simplemente. Alguien, entonces, en voz alta –lo bastante alta como para que ella bajara los ojos, con un gesto que después me dio lástima–, se asombró mucho de que todavía fuera señorita, yo me asombré mucho de que todavía fuera señorita y los demás rieron, y ella, arreglando nerviosamente los pliegues de su pollera, fue hacia el escritorio. Al levantar los ojos se encontró con todos parados, mirándola. No atinó sino a parpadear y a juntar las manos, como quien espera que le expliquen algo, y cuando torpemente creyó que debía insinuarnos "pueden sentarse", nosotros ya estábamos sentados y ella reparó por primera vez en Hernán. Él se había quedado de pie, tieso, se había quedado de pie él solo. Y en medio del silencio de la clase, dijo:
–Yo –dijo pausadamente– soy Hernán.
Esto fue el primer día. Después pasaron muchos días, y no sé, no recuerdo cómo hizo él para darse cuenta: acaso fue por aquellas miradas furtivas que, al llegar a ciertos párrafos de los clásicos, la señorita Eugenia dirigía hacia su banco, o acaso fue otra cosa. De todos modos, cuando se lo dijeron ya lo sabía. "Me parece que la vieja...", le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro y su cara triste de mujer sola; porque Hernán sabía que ella se inquietaba cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja, íntima, como si la recitara para ella.
–Este Hernán es un degenerado.
Te admiraban, Hernán.
–Pobre vieja, te fijaste: ahora se le da por pintarse.
Porque, de pronto, la señorita Eugenia que leía a Bécquer empezó a pintarse absurdamente los ojos, de un color azulado, y la boca, de pronto comenzó a decir cosas increíbles, cosas vulgares y tremendas acerca de la edad, la edad que cada uno tiene, la de su espíritu, y que ella en el fondo era mucho más juvenil que esas muchachas que andan por ahí, tontamente, con la cabeza loca y lo que es peor -esto lo dijo mirando a Hernán de un modo tan extraño que me dio asco-, lo que es peor, con el corazón vacío.
–A que sí.
Ya no recuerdo con quién fue la apuesta, recuerdo en cambio que pocos días antes del 21 de septiembre surgió, repentina y gratuita, como un lamparón de crueldad. Y fue aceptada de inmediato, en medio de ese regocijo feroz de los que necesitan embrutecer sus sentimientos a cualquier costo porque después, más adelante, está la vida, que selecciona sólo a los más aptos, a los más fuertes, a los tipos como él, como Hernán, aquel Hernán brillante de dieciocho años que podía demostrar teoremas sin mirar el libro o componer estrofas a la manera de Asunción Silva o apostar que sí, que se atrevería -como realmente se atrevió la tarde en que, apretando como un trofeo aquella cosa, esa especie de escapulario entre los dedos, pasó delante de todos y fue lentamente hacia el pizarrón-, porque los que son como vos, Hernán, nacieron para dañar a los otros, a los que son como la señorita Eugenia.
–A que no.
–Qué apostamos –dijo Hernán, y aseguró que pasaría delante de todos, de los cuarenta, e iría, lentamente, hacia el pizarrón–. Para que aprenda a no ser vieja loca –dijo.
Pero antes de la apuesta habían pasado muchas cosas, y yo ahora necesito recordarlas para que Hernán no las olvide. Hubo, por ejemplo, lo de las cartas. Siempre supo escribir bien. Desde primer año había venido siendo una suerte de Fénix escolar, fácil, capaz de hacer versos o acumular hipérboles deslumbradoras en un escrito de Historia. Pero aquella primera carta (a la que seguirían otras, ambiguas al principio, luego más precisas, exigentes, hasta que una tarde en el libro que te alcanzó la señorita Eugenia apareció por fin la primera respuesta, escrita con su letra pequeña, redonda, adornada con estrafalarias colitas y círculos sobre la i) fue una obra maestra de maldad. Yo sé de qué modo, Hernán, con qué prolijo ensañamiento escribiste durante toda una noche aquella primera carta, que yo mismo dejé entre las páginas de las Lecciones de Literatura Americana un segundo antes de que el inequívoco perfume entrase en el aula, ese vaho a laurel cuyo origen era una bolsita blanca, de alcanfor, colgada al cuello de la señorita Eugenia, junto al crucifijo con el que sólo una vez tropezaron unos dedos que no fuesen los de ella.
No respirábamos. Hernán tenía miedo ahora, lo sé, y hasta trató de que ella no tomase el libro. La mujer, extrañada, levantó el papel que había caído sobre el escritorio, un papel que comenzaba por favor, lea usted esto, y después de unos segundos se llevó temblando la mano a la cara; pero en los días que siguieron, cuando encontraba sobre el escritorio los papeles doblados en cuatro pliegues, ya no se turbaba, y entonces empezó a decir aquellas insensateces vulgares acerca de la edad, y del amor, hasta que el propio Hernán se asustó un poco. Sí, porque al principio fue como un juego, tortuoso, procaz, pero en algún momento todo se volvió real y, una tarde, estaba hecha la apuesta:
–Delante de todos, en el pizarrón –dijo Hernán.


final del cuento escrito por Abelardo Castillo: 

El Día de los Estudiantes, en el Club Náutico, todos pudieron verlo bailando con la señorita Eugenia. Ella lo miraba. Lo miraba de tal manera que Hernán, aunque por encima de su hombro hizo una mueca significativa a los otros, se sintió molesto. Tuvo el presentimiento de que todo podía complicarse o, acaso, al oír que ella hablaba de las cosas imposibles ("hay cosas imposibles, Hernán, usted es tan joven que no se da cuenta") pensó que se despreciaba. Pero ese día la apuesta había sido aceptada y uno no podía echarse atrás, aunque tuviera que hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia, que aquella tarde llevaba puesto un inaudito vestido, un jumper, sobre su blusa infaltable de seda blanca. Por eso, sin pensarlo más, él la invitó a dar un paseo por los astilleros, y los otros, codeándose, vieron cómo la infeliz aquella salía disimuladamente, seguida por su ridículo perfume a alcanfor y seguida por mí, que antes de salir le dije a alguno:
–Préstame las llaves del coche.
Y me fueron prestadas, con sonrisa cómplice, y cuando yo estaba saliendo, con el estómago revuelto, oí que alguien pronunciaba mi nombre:
–Hernán.
–Qué quieren –pregunté.
Y me dijeron la apuesta, ojo con la apuesta, y yo dije que sí, que me acordaba. Como me acuerdo de todo lo que ocurrió esa tarde, en los galpones, contra un casco a medio calafatear, y de todo lo que ocurrió al otro día, en el Nacional, cuando ante la admirada perplejidad de cuarenta muchachones yo caminé lentamente hacia el pizarrón apretando entre los dedos esa cosa, esa especie de escapulario, como un trofeo. Y me acuerdo de la mirada de la señorita Eugenia al entrar en la clase, de sus ojos pintados ridículamente de azul que se abrieron espantados, dolorosos, como de loca, y se clavaron en mí sin comprender, porque ahí, en la pizarra, había quedado colgada, balanceándose todavía, una bolsita blanca de alcanfor. 






Gacetilla Oral

¡Atención, atención!
                                     Hoy el atardecer expondrá su crepúsculo. ¡Ah! No lo busque en Google ni en la página del arte efímero. Pare, mire, silénciese.
Él está esperándolo con los brazos en cruz a lo largo del horizonte para donarse en todo su esplendor…
Palpítelo, palpítelo desde el mirador de sus ojos.
¡A usted doñita, a usted señor, a ustedes niños, novios: no se lo pierdan!


Por Oscar Villafañez





Escritos sobre las fotos de Chema Madoz
Por Adriana Rolando

Foto: Piedra en forma de huevo sobre piedra en forma de plato:
-“Seguramente este huevo fue puesto por una avestruz que lo dejó perfectamente erguido sobre el plato.
Luego de esto ella se convirtió en durísima piedra y al huevo le brotó un cierre dorado indicando que en su interior seguramente hay oro” 

-“Si pudiese abrir esa piedra cuántas historias conoceríamos de repente”-
-“Como me gustaría tener una de esas monedas de piedra”-
- Sobre un plato antiquísimo se posó orgullosa la reina de todos los tubérculos: “LA PAPA”.-


Foto: maniquí con el centímetro:
-¿Acaso se puede medir lo que vales?
-“Cuando el cuerpo y el centímetro se hallan separados encontrarán su verdadera identidad.”
-Cuerpo: Libérate del centímetro.
-“Tirador inútil para un pantalón ausente”.

Foto: Tenedores y una cuchara:
-“Hay cucharas que se sienten tenedores porque siempre se guardaron  a su lado”.


Foto: Zapatos enganchados:
-“Te pondré estos zapatos para que te quedes conmigo para siempre”


Foto: Escalera apoyada en un espejo:
Había una vez un voraz espejo que nacía en el piso de una habitación y se extendía hasta el mismo  techo enmarcado en sobrio algarrobo oscuro.
Sobre él se apoyaba una escalera de pintor.
Este espejo era tan  pero tan hambriento que comenzó a comerse a sí mismo.
La foto fue capturada cuando aún se veían tres escalones de la escalera antes que su reflejo desapareciera para siempre.


Foto: Nube en jaula:
-“Una nube encerrada en una jaula es como un copo de nieve encerrado en la heladera”.


Foto: Libro con escalera que desciende:
-“Adentrarse en un libro es como descender por una misteriosa escalera hasta llegar al corazón del autor que lo escribió”.






















¿Qué es un todero?
Por Adriana Rolando

Estimados señores y señoras:
Hoy les voy a explicar lo que es un todero, cosa muy diferente a ser un sodero.

Un”Todero” es una persona que quiere, puede, le interesa  y disfruta  de arreglar todo lo que se rompe o falla con “CASI NADA”.

Capaz de encontrarle nuevas propiedades y utilidades a tornillos, alambres, botellas plásticas y engranajes para que puedan ser agregados, entrelazados o unidos a diferentes elementos logrando el funcionamiento perfecto de máquinas y objetos desahuciados.

Capaz de hallar lo necesario en el momento preciso casi sin moverse y sin invertir dinero.

Un todero es un trabajador muy valioso  que ha logrado profundizar en las siguientes  preguntas:
-¿Qué podría utilizar para reemplazar este elemento sin comprarlo?
-¿Qué tengo por aquí que podría servirme?
-¿Cuál es la manera más sencilla de hacerlo?

Como verá Sr. Y Sra. un “TODERO” es todo un “ESPECIALISTA”

                                                                                                                                  


Sobre la Novena sinfonía de Beethoven
Música que todo lo contamina e invade”.
“Renacer de la vida y los sentidos”.
“Juego incontrolable de notas musicales”.

“Sonido embriagador e insaciable”





El electricista
de Eduardo Galeano 

Andaba en bicicleta, con la escalera al hombro, por los caminos de la pampa infinita. Bautista Riolfo era electricista y también todero, arreglador de todo, motores y relojes, molinos, radios, escopetas, lo que fuera: según se decía, la joroba que tenía en la espalda le había salido de tanto agacharse hurgando máquinas y maquinitas.
René Favaloro, el único médico de la comarca, también era todero. Con los pocos instrumentos que tenía y los remedios que encontraba, oficiaba de cirujano, partero, psiquiatra o especialista en lo que se necesitara componer.
Con la ayuda de todos los vecinos, cercanos y distantes, René pudo fundar una clínica comunitaria. Y con la ayuda de Bautista, pudo instalar el primer equipo de rayos X que hubo en toda la región.
Junto con esa máquina de radiografías, René compró también, en Bahía Blanca, una máquina de música: un tocadiscos holandés, a pagar en cómodas cuotas cuandopuedarias. En aquellas soledades de la pampa, habitadas por el viento y el polvo y muy poquita gente, la música era una compañera imprescindible.
Pero el tocadiscos tenía sus mañas, y en un par de meses se negó a seguir funcionando. Y ahí vino Bautista, en su bicicleta. Sentado en el suelo, se rascó la barba, investigó, soldó unos cablecitos, ajustó tornillos y arandelas:
-A ver ahora -dijo.
Para probar el aparato, René eligió un disco, la Novena de Beethoven, y colocó la púa en su movimiento preferido.
Y se desató la música. La poderosa música invadió la casa y se echó a volar por la ventana abierta, hacia la noche, hacia el desierto; y siguió viva en el aire después de que el disco dejó de girar.
Cuando el silencio volvió, René comentó algo, o algo preguntó, pero Bautista no contestó nada.

Bautista tenía la cara escondida entre las manos. Y un largo rato pasó, hasta que por fin levantó la cara mojada. Y entonces aquel electricista consiguió decir: -Perdone, don René. Pero yo no sabía que esa... esa electricidad existía en el mundo.


Actividad: describir qué es un todero e inventar un ejemplo.



Oda a la “REMOLACHA” 
por Adriana Rolando

Creces en grupo.
Tu suerte será
La de tus hermanas
Irremediablemente.

Pródiga y Generosa.
No sólo brindas alimento
en la superficie de la tierra
sino en las entrañas de la misma.

Invitas a  realizar
diferentes comidas:
Tus hojas nos regalan
gratuitas ensaladas
mientras tu corazón
crudo o cocido
carnosas y coloridas ensaladas.

Al cortarte por el medio
encontramos tus capas.
Ellas dan cuenta  lo que has vivido,
tus sufrimientos y bonanzas.

Por arriba y desde el centro
de tu forma de corazón
nacen tus hojas.
Tus hojas  enredadas
semejantes a  venas
entrelazadas.

Sólo con tocarte
aparece tu sangre.
Sangre dulce y púrpura.
Sangre que todo lo tiñe.
Tu jugo que contamina,
envuelve e invade
todo lo que se acerca.

Tu esmerado corazón
termina en una punta
que incansablemente
busca la profundidad
donde habita el agua.

Ese agua que te da la vida.








Selección de "Odas elementales" (1954) de Pablo Neruda


ODA AL PAN
Pan,
con harina,
agua
y fuego
te levantas.
Espeso y leve,
recostado y redondo,
repites
el vientre
de la madre,
equinoccial
germinación
terrestre.
Pan,
qué fácil
y qué profundo eres:
en la bandeja blanca
de la panadería
se alargan tus hileras
como utensilios, platos
o papeles,
y de pronto,
la ola
de la vida,
la conjunción del germen
y del fuego,
creces, creces
de pronto
como
cintura, boca, senos,
colinas de la tierra,
vidas,
sube el calor, te inunda
la plenitud, el viento
de la fecundidad,
y entonces
se inmoviliza tu color de oro,
y cuando se preñaron
tus pequeños vientres,
la cicatriz morena
dejó su quemadura
en todo tu dorado
sistema
de hemisferios.
Ahora,
intacto,
eres
acción de hombre,
milagro repetido,
voluntad de la vida.
Oh pan de cada boca,
no
te imploraremos,
los hombres
no somos
mendigos
de vagos dioses
o de ángeles oscuros:
del mar y de la tierra
haremos pan,
plantaremos de trigo
la tierra y los planetas,
el pan de cada boca,
de cada hombre,
en cada día,
llegará porque fuimos
a sembrarlo
y a hacerlo,
no para un hombre sino
para todos,
el pan, el pan
para todos los pueblos
y con él lo que tiene
forma y sabor de pan
repartiremos:
la tierra,
la belleza,
el amor,
todo eso
tiene sabor de pan,
forma de pan,
germinación de harina,
todo
nació para ser compartido,
para ser entregado,
para multiplicarse.
Por eso, pan,
si huyes
de la casa del hombre,
si te ocultan,
te niegan,
si el avaro
te prostituye,
si el rico
te acapara,
si el trigo
no busca surco y tierra,
pan,
no rezaremos,
pan,
no mendigaremos,
lucharemos por ti con otros hombres
con todos los hambrientos,
por todos los ríos y el aire
iremos a buscarte,
toda la tierra la repartiremos
para que tú germines,
y con nosotros
avanzará la tierra:
el agua, el fuego, el hombre
lucharán con nosotros.
Iremos coronados
con espigas,
conquistando
tierra y pan para todos,
y entonces
también la vida
tendrá forma de pan,
será simple y profunda,
innumerable y pura.
Todos los seres
tendrán derecho
a la tierra y a la vida,
y así será el pan de mañana
el pan de cada boca,
sagrado,
consagrado,
porque será el producto
de la más larga y dura
lucha humana.
No tiene alas
la victoria terrestre:
tiene pan en sus hombros,
y vuela valerosa
liberando la tierra
como una panadera
conducida en el viento.

Pablo Neruda


Oda a las papas fritas
Chisporrotea
en el aceite
hirviendo
la alegría
del mundo:
las papas
fritas
entran
en la sartén
como nevadas
plumas
de cisne
matutino
y salen
semi doradas por el crepitante
ámbar de las olivas.
El ajo
les añade
su terrenal fragancia,
la pimienta,
polen que atravesó los arrecifes,
y
vestidas
de nuevo
con traje de marfil, llenan el plato
con la repetición de su abundancia
y su sabrosa sencillez de tierra.

Pablo Neruda


ODA A LA SANDÍA
El árbol del verano
intenso,
invulnerable,
es todo cielo azul,
sol amarillo,
cansancio a goterones,
es una espada
sobre los caminos,
un zapato quemado
en las ciudades:
la claridad, el mundo
nos agobian,
nos pegan en los ojos
con polvareda,
con súbitos golpes de oro,
nos acosan
los pies
con espinitas,
con piedras calurosas,
y la boca
sufre
más que todos los dedos:
tienen sed
la garganta,
la dentadura,
los labios y la lengua:
queremos
beber las cataratas,
la noche azul,
el polo,
y entonces
cruza el cielo
el más fresco de todos
los planetas,
la redonda, suprema
y celestial sandía.
Es la fruta del árbol de la sed.
Es la ballena verde del verano.
El universo seco
de pronto
tachonado
por este firmamento de frescura
deja caer
la fruta
rebosante:
se abren sus hemisferios
mostrando una bandera
verde, blanca, escarlata
que se disuelve
en cascada, en azúcar,
¡en delicia!
¡Cofre de agua, plácida
reina
de la frutería,
bodega
de la profundidad, luna
terrestre!
¡Oh pura,
en tu abundancia
se deshacen rubíes
y uno
quisiera
morderte
hundiendo
en ti
la cara,
el pelo,
el alma!
Te divisamos
en la sed
como
mina o montaña
de espléndido alimento,
pero te conviertes
entre la dentadura y el deseo
en sólo
fresca luz
que se deslíe,
en manantial
que nos tocó
cantando.
Y así
no pesas,
sólo
pasas
y tu gran corazón de brasa fría
se convirtió en el agua
de una gota.

Pablo Neruda

ODA A LA PAPA
Papa,
te llamas,
papa
y no patata,
no naciste con barba,
no eres castellana:
eres oscura
como
nuestra piel,
somos americanos,
papa
somos indios.
Profunda
y suave eres,
pulpa pura, purísima
rosa blanca
enterrada,
floreces,
allá adentro
en la tierra,
en tu lluviosa
tierra
originaria
en las islas mojadas
de Chile tempestuoso,
en Chiloé marino,
en medio de la esmeralda que abre
su luz verde
sobre el austral océano.
Honrada eres
como
una mano
que trabaja en la tierra,
familiar
eres
como
una gallina,
compacta como un queso
que la tierra elabora
en sus ubres
nutricias,
enemiga del hambre,
en todas
las naciones
se enterró tu bandera
vencedora
y pronto allí
en el frío o en la costa
quemada
apareció
tu flor
anónima
anunciando la espesa
y suave
natalidad de tus raíces
Universal delicia,
no esperabas
mi canto,
porque eres sorda
y ciega
y enterrada.
Apenas si hablas en el infierno
del aceite
o cantas en las freiduras
de los puertos,
cerca de las guitarras,
silenciosa,
harina de la noche
subterránea,
tesoro interminable
de los pueblos.

Pablo Neruda

ODA A LA CEBOLLA
Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.
Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.
También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta
en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.

Pablo Neruda


Oda a la alcachofa

La alcachofa
de tierno corazón
se vistió de guerrero,
erecta, construyó
una pequeña cúpula,
se mantuvo
impermeable
bajo
sus escamas,
a su lado
los vegetales locos
se encresparon,
se hicieron
zarcillos, espadañas,
bulbos conmovedores,
en el subsuelo
durmió la zanahoria
de bigotes rojos,
la viña
resecó los sarmientos
por donde sube el vino,
la col
se dedicó
a probarse faldas,
el orégano
a perfumar el mundo,
y la dulce
alcachofa
allí en el huerto,
vestida de guerrero,
bruñida
como una granada,
orgullosa,
y un día
una con otra
en grandes cestos
de mimbre, caminó
por el mercado
a realizar su sueño:
la milicia.
En hileras
nunca fue tan marcial
como en la feria,
los hombres
entre las legumbres con sus camisas blancas
eran
mariscales
de las alcachofas,
las filas apretadas,
las voces de comando,
y la detonación
de una caja que cae,
pero
entonces
viene
María
con su cesto,
escoge
una alcachofa,
no le teme,
la examina, la observa
contra la luz como si fuera un huevo,
la compra,
la confunde
en su bolsa
con un par de zapatos,
con un repollo y una
botella
de vinagre
hasta
que entrando a la cocina
la sumerge en la olla.
Así termina
en paz
esta carrera
del vegetal armado
que se llama alcachofa,
luego
escama por escama
desvestimos
la delicia
y comemos
la pacífica pasta
de su corazón verde.

Pablo Neruda

Oda al Tomate

La calle
se llenó de tomates,
mediodia,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las matequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
viscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día
el perejil
levanta
banderines,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra,
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura.

Pablo Neruda







Por Oscar Villafañez

Breverías: Las siguientes no son más que la que dejan la mamá pata y sus patitos

1)En la vara del jardín han brotado copos de nardos.

2)Los murciélagos regresan en la noche haciendo zig-zag.

3)Tréboles florecidos, paisaje de bolsillo. 

4)La madre con su suspiro hace girar el molinete de su hijo.

5)¡Cuidado! Duraznero recién pintado.

6)Por la noche cruza un loto meditabundo.

7)La mañana lanza su enésima edición del diario “El Sol”.

8)Álamo sensor del aire: temblequea al más tenue soplo.

9)El murciélago es la sombra sonámbula de la golondrina.

10)De la palangana en el patio la lluvia hace marimba.

11)El sol recoge el azulgrana para prestárselo a los japonecitos que marchaban hacia la escuela.






GREGUERÍAS por Adriana Rolando 


“Los lentes son hermanos siameses que aún no han logrado separarse”

“Herradura de soldados blancos que cuidan la lengua es nuestra dentadura”

“Las moras son diminutos racimos de uvas achicados por el sol que nos provocan”

“Los pies son hermanos mellizos. A veces se adelanta uno, a veces el otro”

“Cañería sin personalidad es la manguera”

“Especialización: Estupidización”






Selección de “Greguerías”, de Ramón Gómez de la Serna (1888, Madrid - 1963, Buenos Aires)

Daba besos de segunda boca.

El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

En la manera de matar la colilla contra el cenicero se reconoce a la mujer cruel.

Aquella mujer me miró como a un taxi desocupado.

Hay matrimonios que se dan la espalda mientras duermen para que el uno no le robe al otro los sueños ideales.

El libro es un pájaro con más de cien alas para volar.

Tocar la trompeta es como beber música empinando el codo.

El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad.

La lagartija es el broche de las tapias.

La inmortalidad del cangrejo consiste en andar hacia atrás, rejuveneciéndose hacia el pasado.

Las manchas blancas que presentan las vacas en la piel oscura se deben al reflejarse las nubes sobre ellas.

El león tiene altavoz propio.

La jirafa es un caballo alargado por la curiosidad.

El cocodrilo es un zapato desclavado.

Las hormigas llevan el paso apresurado como si las fuesen a cerrar la tienda.

¿Y si las hormigas fuesen ya los marcianos establecidos en la tierra?

Nerviosismo de la ciudad: no poder abrir el paquetito de azúcar para el café.

Al oír la sirena parece que el barco se suena la nariz.

El farol cubierto por la enredadera hay un momento en que duda si es enredadera o farol.

La llave nos gasta la broma de hacer como que no es de la cerradura que es.

De perder los guantes perded los dos: es mucho menos conflicto.

Meteorología: mentirología.                                                                  

Al cerrar los ojos vemos letras chinas.

El reloj no existe en las horas felices.

La cabeza es la pecera de las ideas.

El Creador guarda las llaves de todos los ombligos.

Tenía orejas ideales para sostener el lápiz, y por eso hubo que dedicarle al comercio.


Collar de perlas: dentadura postiza para la garganta.

Al cepillarnos, el cepillo nos dice algo en voz baja.

Después de usar el dentífrico nos miramos los dientes con gestos de fieras.

Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.

El sombrero que vuela parece que se ha escapado con todas las ideas del que corre detrás de él.

Lo único que comen las puertas son esas nueces que las damos a partir.

Cuando asomados a la ventanilla echa a andar el tren robamos adioses que no eran para nosotros.

En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado.

Tenía tan mala memoria que se olvidó que tenía mala memoria y comenzó a recordarlo todo.

Tenía una risa de caja de betún entreabierta.

De lo que se habla en la oscuridad queda copia en papel carbono.

La ü con diéresis es como la letra malabarista del abecedario.

Trueno: caída de un baúl por las escaleras del cielo.

Las primeras gotas de la tormenta bajan a ver si hay tierra en que aterrizar.

El arcoiris es la cinta que se pone la naturaleza después de haberse lavado la cabeza.

El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos.

El musgo es el peluquín de las piedras.                                                                            

El agua se suelta el pelo en las cascadas.

La coliflor es un cerebro vegetal que nos comemos.

Unid todas las estrellas con línea de lápiz luminoso y resultará la silueta de Dios.

Los pinos tienen el flequillo cortado.

De la nieve caída en los lagos nacen los cisnes.                                             

En la gruta bosteza la montaña.

Motocicleta: cabra loca.                                                                            

El café con leche es una bebida mulata.

Hay ventiladores que se sienten obispos y no hacen más que dar bendiciones a su alrededor.

Al sacapuntas no le interesa sacar punta al lápiz, sino hacer tirabuzones.

En la noche helada cicatrizan todos los charcos.