Unos pocos días antes del 21 de
septiembre, Hernán y sus compañeros hicieron la apuesta, él puso en práctica su
crueldad, sin importarle el daño que le haría a la Srta. Eugenia. Antes de la
apuesta habían pasado muchas cosas, a Hernán, sin darse cuenta, algo le había pasado
con ella, quizás su forma de ser, su inocencia a pesar de su edad. Lo atraía,
hasta que las cosas se fueron dando. Hasta que él se enamoró de ella y lo mismo
sintió ella por él. Hubo mucha pasión, él con sus jóvenes dieciocho años y ella
con sus cuarenta y tantos años se sentía una adolescente. Pasaron muchos
momentos juntos, ellos se amaban de verdad. Pero la felicidad no duraría para
siempre porque la apuesta tenía que cumplirse. Se acercaba el día. Esa última
noche que estuvieron juntos, sin que ella se diera cuenta él sacó de su cuello su
protección, su escapulario. Los rayos de sol tocaron el rostro de Hernán, se
levantó rápidamente y dio un beso suave en la boca de su amada y se marchó,
para verla ese mismo día en la escuela Nacional. Sería su gran día, no quería cumplir
la apuesta porque sabía que rompería el corazón de la Srta. Eugenia, su
relación se terminaría, él no sabía qué hacer, pudo más lo que pensaban los
cuarenta muchachones que lo que sentía por ella. Se abrió la puerta del aula
donde estaban sus compañeros con miradas burlonas. Él, con un sus pasos lentos,
colgó la protección de la Srta. Eugenia en el pizarrón, como si fuera un
trofeo. La mirada desconcertada, sus ojos pintados de azul se abrieron
espantados, salió corriendo del aula. Casi sin aliento después de esa traición.
Encontraron en su casa a la Srta. Eugenia, con sus venas cortadas, sin vida.
Cómo olvidar ese día.
Final inventado por Mónica Aranda