EL SILLÓN NEGRO
Lo trajeron a casa una tarde sin
consultármelo siquiera. Mi marido lo había comprado en un Hipermercado
aconsejado por uno de sus alumnos quien conocía muy bien su deseo de poseer ese
sillón tan especial que se reclinaba cuando uno lo solicitaba.
Era un armatoste negro y pesado,
tan pesado para entrarlo al living que lo tuvieron que alzar cuidadosamente
entre tres personas (el fletero y mis dos hijos mellizos).
Por supuesto él estaba allí para
recibirlo e indicar dónde se instalaría. Yo observaba como atónita esta
invasión ridículamente negra que contaminaba mis decorados cuidadosamente
pasteles.
Esta novedosa adquisición fue colocada frente al televisor e
inmediatamente cortó la armonía que lucía en la sala.
Lo probaron de inmediato: primero
se sentó mi marido quien lo consideró perfecto, justo para su medida y le
fascinó el hecho que fuera tan sencillo recostarse en él para descansar al
regresar a casa.
Después disfrutaron sus atributos
mis hijos, que por turnos extendieron su cuerpo
entre su reluciente cuerina y
también se reclinaron para gozar de esta
sensación de bienestar y reparación física contagiosa.
Lo cierto es que este lustroso e insustituible
mueble no tenía descanso, siempre hallaba un transeúnte que deseaba reposar en
él. Como regla tácita dimos prioridad a
este beneficio a los invitados suponiendo que ellos no tenían tan espectacular
atracción para el descanso como teníamos nosotros.
Nuestro disputadísimo facilitador de descanso sostuvo tiernamente a mis hijos mayores y
nietas y a muchos amigos de los mellizos, entre ellos jugadores de fútbol,
remiseros, arquitectas, artesanas y hasta obreros.
Yo misma fui capturada por él.
¡SI! No había sensación más grata que estirarme en él cuando terminaba los quehaceres domésticos cada noche. Al final
de la jornada nuestro regalador de
momentos de reposición me pertenecía a
mi sola y todos en la familia respetaban “esto”.
Pero este incondicional mueble además
de ser tan confortable tenía una gran personalidad. Era tal la sensación de
sosiego y tranquilidad que proporcionaba que después de las 19hs. todo el que
se sentaba en él quedaba irremediablemente
dormido.
Mi marido se dormía a los diez minutos de ocupar tan honroso trono sobre
todo después de haber tomado examen.
José con el sándwich en la mano
al volver del gimnasio. Francisco mirando un apunte de química y yo pensando en
qué haría de comer el día siguiente.
Lo cierto es que el pobre sillón
tenía demasiados sueños acumulados encima. Comenzó a sentirse algo pálido, cansado, hinchado, sus engranajes parecían tener reuma, estaba revuelto y a
punto de estallar.
Como le costaba incorporarse
cuando se lo solicitaban y sólo deseaba permanecer recostado, tomó una decisión
tajante:
MAÑANA MIÉRCOLES EMPIEZO A DEVOLVER
TODOS LOS SUEÑOS A SUS DUEÑOS
Así adquiriré mi
fortaleza perdida y tendré ganas de levantarme nuevamente -pensó.
Pero no logró hacer esto porque soportaba tantos
sueños apretados que los tenía todos confundidos. De todos
modos cada vez que se sentaba un integrante de la
familia logró deshacerse de varios de ellos, sintiéndose más esponjoso, liviano,
aliviado y funcional.
El jueves nos encontramos todos
intentando comer milanesas absolutamente quemadas y una ensalada sin aceite cuando
mi marido dijo:
-Hoy estuve todo el día en el
gimnasio, me duele mucho la cintura y los brazos de tanto levantar pesas.
-Yo me la pasé pensando en qué podía
hacerles de comer, pero estas milanesas me salieron un poco quemadas -comentó
José.
- A mí me dieron muchas ganas de
ayudarte en el trabajo y me puse a corregir tus pruebas, pero como mucho no las
entendí lo hice con lápiz -contó Francisco.
- ¡Qué raro todo esto!
- Hoy estuve estudiando química
varias horas, me costó mucho, pero aprendí algunas cosas que puedo emplearlas
en la cocina -les conté a mi familia.
No quise lavar los platos. Por un
momento pensé que todos habíamos
comprendido lo duro que era hacer el
trabajo del otro y luego decidí irme a
dormir.
Me dirigí como todas las noches a
“nuestro proveedor de momentos de
relajamiento” y me pareció verlo como más incorporado y alto por un instante…
No hice caso a esta sensación y lo ocupé holgadamente mirando la tele como
siempre.
Le dije adiós cuando estaba a
punto de dormirme.
A la mañana siguiente me levanté,
tomé café como siempre y después busqué un frasco de enduído y una lata de
barniz porque sentí un deseo irresistible de arreglar mi casa…
Adriana Rolando
Escribí este cuento porque me agradó mucho haber tomado
contacto a través del taller con el género fantástico.
Por ello muchas gracias.