lunes, 20 de noviembre de 2017




Elegí este curso con el propósito de activar la memoria, ejercitar la mente.Y estoy muy contenta y agradecida a la vida, aquí todos somos muy compañeros y nos escuchamos, principalmente nuestra profesora Erika, tan admirable, con mucha paciencia y respeto nos escucha e incentiva mucho, así con su ayuda todos participamos, algún poético, otros sentimentales, o algún amoroso, de mí dicen que soy cómica, cuando leo lo que escribo les causa mucha risa... muchas gracias a todos por esto!!!!


Cristina Gil








Cuando cumplí cinco años mi padre me regaló una hermosa muñeca, tan grande… Hasta me parecía que era como yo. La llamé Silvia, tenía un vestido de terciopelo rojo y zapatos blancos. Siempre que jugaba con ella me ponía mi vestido rojo, mientras mi madre lavaba en la batea debajo un eucalipto, cantando como era su costumbre, yo acomodaba apoyada al árbol un cajón donde paraba a mi Silvia como si fuera un escenario, también acomodaba dos ladrillos de asientos y cantaba, pensaba que mi muñeca Silvia con su vestido de terciopelo rojo cantaba en un gran teatro…

Cristina Gil










Era septiembre fiesta del estudiante. Hernán había hecho una apuesta con sus compañeros. Llegó el día, “¡ojo con la apuesta!”, se escuchó...
Se pueden imaginar lo que pasó… Hernán, un pibe brillante, repulsivo, deslumbrante y hasta corrompido, no controlaba lo que hacía. Sólo dejaba salir lo que su corazón sentía. De hecho, nunca pudo olvidar...
Ahí frente el pizarrón delante de todos, le entregó su bolsita o escapulario a ella, Eugenia, la señorita, turbada, con los ojos grandes y pintados ridículamente de azul, una delatadora y lamentable profesora de Literatura, que un día no tan cualquiera salió del salón de clases llevándose para siempre las rimas, leyendas y su aroma a alcanfor...


Cristina Gil