En este blog compartimos las lecturas y producciones escritas del taller PROMOCIÓN A LA LECTURA dictado en la Universidad Nacional de Córdoba durante 2017 en el marco del Programa UPAMI (Universidad para Adultos Mayores Integrados). Participantes: María Cristina Gil, Oscar Villafáñez, Jacinta Choque, Carmen Farías, Adriana Rolando, Mónica Aranda, David Campana, Graciela Campos, Margarita Castelli, Ánglea Gutiérrez, Nini Tissera, Nilda Tomassini. Profesora: Erika Lipcen
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viernes, 22 de diciembre de 2017
“Cazadores de lecturas” es el nombre que l*s participantes del taller de “Promoción a la lectura” nos pusimos a comienzo de este año. L*s cazadores somos un grupo de adult*s muy curios*s, con muchas ganas de crear y compartir. Nos reunimos todos los lunes a la mañana con el simple pero potente objetivo de leer, textos de otr*s y nuestr*s. A lo largo del año, por turnos, cada participante fue proponiendo un autor o autora para leer y la profesora traía para la siguiente clase algún texto del/a mism* para compartir. Hablábamos sobre su biografía, leíamos el texto en voz alta, lo comentábamos, le hacíamos preguntas, lo vinculábamos con nuestras experiencias y con otras lecturas. Luego, la profesora daba una consigna de escritura para la casa a partir de lo leído, y al lunes siguiente compartíamos las producciones personales con toda la clase. Es así que en este taller hemos desarrollado nuestras potencialidades como lectores, como escritores y también como escuchas. Nos escuchamos mucho entre nosotr*s, valoramos lo que cada quien tenía para compartirnos y nos estimulamos entre todos para permitir que cada un* pueda abrir su corazón y mostrar ese/a lector/a-escritor/a que lleva dentro.
Al final de año nos encontramos con mucho material leído y escrito, fue por eso que, por iniciativa de l*s participantes del taller, decidimos hacer un blog. Hoy se lo compartimos con mucho entusiasmo y alegría, ¡esperamos que lo disfruten tanto como nosotr*s!
domingo, 26 de noviembre de 2017
Yo voy a hablar del vestido de
terciopelo, pero el mío es verde. En mis años de juventud, he estudiado corte y
confección, he diseñado un montón de vestidos hermosos, pero el que recuerdo es
el vestido de terciopelo verde que le hice a mi hija para el bautismo de mi
nieta.
Al cabo de 11 años, mi segunda
nieta cumplió 8 años, le diseñe otro vestido hermoso con la misma tela que le
había hecho a mi hija. Usé ese mismo vestido y lo modifiqué agregándole algunos
detalles. Y me salió otro vestido de mangas largas con una pechera gris. Estaba
hermoso. Mi nieta se veía tan hermosa con su nuevo vestido que lo usó en su
cumpleaños. Yo pensaba que se veía tan bonita como una nena de familia
adinerada. ¿Se preguntarán por qué pienso así? Todas aquellas clientas que he
tenido siempre me solicitaban vestidos de color rojo, azules, amarillos, etc. Y
todos esos vestidos eran de terciopelo. No hace falta ser de una clase social
alta para usarlo, sino que cualquiera puede usarlo.
Hoy han pasado treinta y ocho
años desde que diseñé mi primer vestido de terciopelo verde y puedo jurar que
la tela suave y brillante sigue intacta como la primera vez que la compré.
Hoy en día mi nieta lo tiene guardado para su hija, o sea mi
bisnieta y así sucesivamente, hasta que un día sea solo un simple recuerdo.
Esta es mi historia del vestido de terciopelo verde.
Jacinta Choque
miércoles, 22 de noviembre de 2017
EL SILLÓN NEGRO
Lo trajeron a casa una tarde sin
consultármelo siquiera. Mi marido lo había comprado en un Hipermercado
aconsejado por uno de sus alumnos quien conocía muy bien su deseo de poseer ese
sillón tan especial que se reclinaba cuando uno lo solicitaba.
Era un armatoste negro y pesado,
tan pesado para entrarlo al living que lo tuvieron que alzar cuidadosamente
entre tres personas (el fletero y mis dos hijos mellizos).
Por supuesto él estaba allí para
recibirlo e indicar dónde se instalaría. Yo observaba como atónita esta
invasión ridículamente negra que contaminaba mis decorados cuidadosamente
pasteles.
Esta novedosa adquisición fue colocada frente al televisor e
inmediatamente cortó la armonía que lucía en la sala.
Lo probaron de inmediato: primero
se sentó mi marido quien lo consideró perfecto, justo para su medida y le
fascinó el hecho que fuera tan sencillo recostarse en él para descansar al
regresar a casa.
Después disfrutaron sus atributos
mis hijos, que por turnos extendieron su cuerpo
entre su reluciente cuerina y
también se reclinaron para gozar de esta
sensación de bienestar y reparación física contagiosa.
Lo cierto es que este lustroso e insustituible
mueble no tenía descanso, siempre hallaba un transeúnte que deseaba reposar en
él. Como regla tácita dimos prioridad a
este beneficio a los invitados suponiendo que ellos no tenían tan espectacular
atracción para el descanso como teníamos nosotros.
Nuestro disputadísimo facilitador de descanso sostuvo tiernamente a mis hijos mayores y
nietas y a muchos amigos de los mellizos, entre ellos jugadores de fútbol,
remiseros, arquitectas, artesanas y hasta obreros.
Yo misma fui capturada por él.
¡SI! No había sensación más grata que estirarme en él cuando terminaba los quehaceres domésticos cada noche. Al final
de la jornada nuestro regalador de
momentos de reposición me pertenecía a
mi sola y todos en la familia respetaban “esto”.
Pero este incondicional mueble además
de ser tan confortable tenía una gran personalidad. Era tal la sensación de
sosiego y tranquilidad que proporcionaba que después de las 19hs. todo el que
se sentaba en él quedaba irremediablemente
dormido.
Mi marido se dormía a los diez minutos de ocupar tan honroso trono sobre
todo después de haber tomado examen.
José con el sándwich en la mano
al volver del gimnasio. Francisco mirando un apunte de química y yo pensando en
qué haría de comer el día siguiente.
Lo cierto es que el pobre sillón
tenía demasiados sueños acumulados encima. Comenzó a sentirse algo pálido, cansado, hinchado, sus engranajes parecían tener reuma, estaba revuelto y a
punto de estallar.
Como le costaba incorporarse
cuando se lo solicitaban y sólo deseaba permanecer recostado, tomó una decisión
tajante:
MAÑANA MIÉRCOLES EMPIEZO A DEVOLVER
TODOS LOS SUEÑOS A SUS DUEÑOS
Así adquiriré mi
fortaleza perdida y tendré ganas de levantarme nuevamente -pensó.
Pero no logró hacer esto porque soportaba tantos
sueños apretados que los tenía todos confundidos. De todos
modos cada vez que se sentaba un integrante de la
familia logró deshacerse de varios de ellos, sintiéndose más esponjoso, liviano,
aliviado y funcional.
El jueves nos encontramos todos
intentando comer milanesas absolutamente quemadas y una ensalada sin aceite cuando
mi marido dijo:
-Hoy estuve todo el día en el
gimnasio, me duele mucho la cintura y los brazos de tanto levantar pesas.
-Yo me la pasé pensando en qué podía
hacerles de comer, pero estas milanesas me salieron un poco quemadas -comentó
José.
- A mí me dieron muchas ganas de
ayudarte en el trabajo y me puse a corregir tus pruebas, pero como mucho no las
entendí lo hice con lápiz -contó Francisco.
- ¡Qué raro todo esto!
- Hoy estuve estudiando química
varias horas, me costó mucho, pero aprendí algunas cosas que puedo emplearlas
en la cocina -les conté a mi familia.
No quise lavar los platos. Por un
momento pensé que todos habíamos
comprendido lo duro que era hacer el
trabajo del otro y luego decidí irme a
dormir.
Me dirigí como todas las noches a
“nuestro proveedor de momentos de
relajamiento” y me pareció verlo como más incorporado y alto por un instante…
No hice caso a esta sensación y lo ocupé holgadamente mirando la tele como
siempre.
Le dije adiós cuando estaba a
punto de dormirme.
A la mañana siguiente me levanté,
tomé café como siempre y después busqué un frasco de enduído y una lata de
barniz porque sentí un deseo irresistible de arreglar mi casa…
Adriana Rolando
Escribí este cuento porque me agradó mucho haber tomado
contacto a través del taller con el género fantástico.
Por ello muchas gracias.
martes, 21 de noviembre de 2017
Versión de Graciela Campos
El vestido de terciopelo, mi
vestido de terciopelo azul, un corte estilo Coco Chanel, cuello a la base, con
una vista de mostacillas para realzar su sobriedad, sin mangas y chaqueta
mangas tres cuartos, lo hizo mi tía para el casamiento de mi hermano menor,
pues soy su madrina. Y como dicen "si sos madrina de bodas, soltera, te
quedaras" (formé mi familia sin casarme).
Pero con este vestido, me veía
deslumbrante, con zapatos negros de charol tacones alto. Mi figura delgada,
elegante, ¡sencillo! Mi tía decía "te
falta un casquete o sombrero y parecés una princesa real" (yo reía). Lo
recuerdo, como si fuese hoy, pues lo usé en varias ocasiones, la suavidad y
textura del terciopelo, digno de acariciarlo. Era la moda vestir con elegancia,
mi hermano cursaba en la Escuela de Aviación. Y en esas fiestas o reuniones, tenías
que ir de vestido no muy corto o largos. Fueron los mejores años de mi vida y
recordar ese vestido de terciopelo azul, es recordar los buenos momentos de alegría
que me proporcionó… y muy señorial para mis jóvenes años.
Soy Graciela Campos, jubilada,
alumna del Taller de Upami “Promoción a la lectura”, tengo 62 años, fui
empleada de Farmacia, Asistente en Geriatría, de lo cual sigo trabajando. Tengo
cuatro hijos, cinco nietos, viven conmigo dos hijas, una tiene una nena de
cuatro años, de la cual aprendo mucho.
Ahora tengo tiempo, disponible,
para recrearme en actividades que siempre me gustaron, como viajar, ver a mis
nietos y salir al cine, leer un buen libro, que antes casi nunca podía terminar,
intercambiar relaciones humanas (o sea juntarme con amigas o vecinos).
Siempre me gustó leer variado
(historia, geografía, novelas, poemas, o algún escritor nuevo o best seller). Me inscribí en el curso
con la finalidad de volcar más tiempo a la lectura, y lo he logrado. Pues la
temática del taller, te lleva a buscar, leer, incursionar en la vida
escritores, pintores, fotógrafos, todos relacionados, y sus biografías.
La profesora Erika nos da pautas
para que ese escritor que llevamos dentro salga a la luz y escribir lo que
sentimos, pensamos o que alguna vez escribimos y lo guardamos. Somos un grupo
reducido, nos respetamos, nos escuchamos, aprendemos y cada uno aporta una
parte de lo suyo. Me gusta compartir lo realizado. Y gracias a la profesora
Erika que, con su carisma, dedicación y paciencia hacia nosotros, nos llevó a
ser parte de la literatura sin ser famosos o destacados escritores, y a los
compañeros. Y a esperar para volver el próximo año.
Graciela Campos
El vestido de terciopelo azul
Como en un sueño, lo vi y pensé
que venía del pasado. Pero cuando volví a la realidad eras tú, mi pequeña,
vestida con mi vestido de terciopelo azul, tan bella. Con tu sencillez y tus
grandes ojos negros, se reflejaba la adolescencia de tus dulces quince años.
Para mí no había pasado el tiempo. Al verte con ese ese vestido me hizo
recordar mi adolescencia y recordé los días en que yo me lo ponía y era feliz,
me gustaba su suavidad, su color. Era mi mayor tesoro, lo guardé sin saber que
unos años más tarde al mostrártelo te quedarías fascinada con mi precioso
vestido de terciopelo azul.
Monica Aranda
Quién soy
Soy una persona en busca del
conocimiento tanto de la lectura como de la literatura. En mi niñez y en mi
adolescencia escribía hasta que formé mi familia y llegaron mis niños y dejé de
escribir por un largo tiempo, ahora que mis hijos están grandes quise retomar.
Cuando me recomendaron el curso no lo dudé, no me arrepiento, es un gran desafío
para mí, mis compañeros son maravillosos. Son personas cálidas, traen mucho
conocimiento, inquietudes que enriquecen al grupo. Tenemos una gran profe Eri,
que nos da la libertad de crear nuestros cuentos, poesías. Hace que nuestro
grupo Cazadores de Lecturas crezca y se fortalezca cada clase.
Mónica Aranda
lunes, 20 de noviembre de 2017
Elegí este curso con el propósito
de activar la memoria, ejercitar la mente.Y estoy muy contenta y agradecida a
la vida, aquí todos somos muy compañeros y nos escuchamos, principalmente
nuestra profesora Erika, tan admirable, con mucha paciencia y respeto nos
escucha e incentiva mucho, así con su ayuda todos participamos, algún poético,
otros sentimentales, o algún amoroso, de mí dicen que soy cómica, cuando leo lo
que escribo les causa mucha risa... muchas gracias a todos por esto!!!!
Cristina Gil
Cuando cumplí cinco años mi padre
me regaló una hermosa muñeca, tan grande… Hasta me parecía que era como yo. La
llamé Silvia, tenía un vestido de terciopelo rojo y zapatos blancos. Siempre
que jugaba con ella me ponía mi vestido rojo, mientras mi madre lavaba en la
batea debajo un eucalipto, cantando como era su costumbre, yo acomodaba apoyada
al árbol un cajón donde paraba a mi Silvia como si fuera un escenario, también
acomodaba dos ladrillos de asientos y cantaba, pensaba que mi muñeca Silvia con
su vestido de terciopelo rojo cantaba en un gran teatro…
Cristina Gil
Era septiembre fiesta del
estudiante. Hernán había hecho una apuesta con sus compañeros. Llegó el día, “¡ojo
con la apuesta!”, se escuchó...
Se pueden imaginar lo que pasó… Hernán,
un pibe brillante, repulsivo, deslumbrante y hasta corrompido, no controlaba lo
que hacía. Sólo dejaba salir lo que su corazón sentía. De hecho, nunca pudo
olvidar...
Ahí frente el pizarrón delante de
todos, le entregó su bolsita o escapulario a ella, Eugenia, la señorita,
turbada, con los ojos grandes y pintados ridículamente de azul, una delatadora
y lamentable profesora de Literatura, que un día no tan cualquiera salió del
salón de clases llevándose para siempre las rimas, leyendas y su aroma a
alcanfor...
Cristina Gil
domingo, 19 de noviembre de 2017
Unos pocos días antes del 21 de
septiembre, Hernán y sus compañeros hicieron la apuesta, él puso en práctica su
crueldad, sin importarle el daño que le haría a la Srta. Eugenia. Antes de la
apuesta habían pasado muchas cosas, a Hernán, sin darse cuenta, algo le había pasado
con ella, quizás su forma de ser, su inocencia a pesar de su edad. Lo atraía,
hasta que las cosas se fueron dando. Hasta que él se enamoró de ella y lo mismo
sintió ella por él. Hubo mucha pasión, él con sus jóvenes dieciocho años y ella
con sus cuarenta y tantos años se sentía una adolescente. Pasaron muchos
momentos juntos, ellos se amaban de verdad. Pero la felicidad no duraría para
siempre porque la apuesta tenía que cumplirse. Se acercaba el día. Esa última
noche que estuvieron juntos, sin que ella se diera cuenta él sacó de su cuello su
protección, su escapulario. Los rayos de sol tocaron el rostro de Hernán, se
levantó rápidamente y dio un beso suave en la boca de su amada y se marchó,
para verla ese mismo día en la escuela Nacional. Sería su gran día, no quería cumplir
la apuesta porque sabía que rompería el corazón de la Srta. Eugenia, su
relación se terminaría, él no sabía qué hacer, pudo más lo que pensaban los
cuarenta muchachones que lo que sentía por ella. Se abrió la puerta del aula
donde estaban sus compañeros con miradas burlonas. Él, con un sus pasos lentos,
colgó la protección de la Srta. Eugenia en el pizarrón, como si fuera un
trofeo. La mirada desconcertada, sus ojos pintados de azul se abrieron
espantados, salió corriendo del aula. Casi sin aliento después de esa traición.
Encontraron en su casa a la Srta. Eugenia, con sus venas cortadas, sin vida.
Cómo olvidar ese día.
Final inventado por Mónica Aranda
miércoles, 15 de noviembre de 2017
EL VESTIDO DE
TERCIOPELO
Soy la segunda de tres
hermanas. En casa siempre ayudábamos a mamá, Ana María, en los quehaceres
domésticos y ocasionalmente visitábamos el trabajo de papá, Oscar, que era columnista del diario “La Nación”.
Este programa fascinaba a mi
hermana mayor –Alejandra- Quien sostenía que sería detective.
Yo todavía no tenía claro qué
iba a hacer, pero lo que a mí me interesaban eran las relaciones humanas.
A mí me intrigaban los
misterios….
En ocasiones ocupaban mi mente
algunas situaciones que no comprendía:
-¿Por qué mi mamá a veces se tornaba pensativa y como ausente?
-¿Cuál era la razón por la que
le tenía tanta fobia al terciopelo y a la velocidad?
-¿Por qué siempre se negaba a
visitar la Iglesia de Santa María?
-¿Qué guardaba arriba del ropero de la habitación que compartía con papá que teníamos prohibidísimo mirar?
-¿Qué escondían estos hechos
que provocaban que nuestro padre se aproximara a ella y la tomara de la mano?
Un día cuando las tres
cursábamos el secundario nos informaron
que partirían de viaje a Alta gracia a pasar unos días y que nos quedaríamos
solas.
No nos dieron ninguna
recomendación especial porque siempre
nos mostramos muy responsables.
Mamá distribuyó los trabajos domésticos y supuso que todas las “Normas hogareñas”
estaban instaladas en cada una de nosotras.
Pero esto no fue así.
Alejandra con su alma de
detective tenía que inspeccionar todo lo prohibido y por este motivo conocimos una porción de la vida de nuestra
madre que se nos había ocultado.
Sobre la cama de matrimonio
quedó una cajaque encontramos arriba del ropero que se mostraba algo destruida
por todas las veces que había sido abierta anteriormente.
Al abrirla nos sorprendimos al
ver que en su interior yacía un vestido
de novia de terciopelo blancoperfectamente doblado, con untocado para el
cabello y un ramo de flores disecadas por el tiempo.
Acompañaban al mismo un racimo
de sobres blancos con letras doradascon
los nombres de muchas familias que nosotras conocíamos unidos con una banda
elástica.
Dentro de ellos dormían trágicamente invitaciones al enlace de Ana María Ramírez y José Antonio López a
realizarse el día 1 de Julio del año 1970 en la Parroquia de Santa María,
encabezadas con los nombres de nuestros abuelos maternos.
Con mis hermanas intentamos
buscar en la caja algún dato referido a esta persona, pero no lo hallamos.
Tampoco existían cartas dirigidas a mi madre escritas por él.
Cuando sacamos el vestido y lo
extendimos sobre la cama para apreciarlo
mejor quedaron a la vista diferentes recortes
de diarios detallando detalles de una misma noticia:
La noche del 29 de junio del
año 1970 moría completamente quemado el
corredor de autos José Antonio López
tras haber dado vuelta con su automóvil
en camino por las sierras cordobesas.
Adriana Rolando
El vestido de terciopelo
Especialmente yo no tuve un vestido de terciopelo, no me
atraía demasiado como para mí. Sé que es de muy buen gusto usar un vestido de
terciopelo. Sí me gustaba ver a las mujeres tan elegantes vestidas. Yo no tenía
tanta vida social en la que pudiera disfrutarlo, siempre fui muy clásica y
sencilla en cuanto a la vestimenta y hasta el día de hoy no soy tan exigente
como para tener cosas de vestimenta tan lujosas, no es que no hubiese podido
tenerlo, sino que, como digo, no me atrajo esa clase de vestido de terciopelo.
Nunca se me ocurrió que pudiera ser un sueño no hecho realidad. Por suerte no
me faltó nada en la niñez, juventud, adultez y tampoco ahora en la edad de
adulta mayor.
Carmen Farías.
El vestido de terciopelo
Silvina Ocampo
Sudando,
secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta,
llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el
ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi
vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha
de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y
yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y
nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al
Barrio Norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de
agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La
aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una
escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos
hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un
martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y
había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora
llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con
voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro
perfume. Quejándose, nos saludó:
—¡Qué suerte tienen ustedes de
vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá
perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes
creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve —me tomó del mentón y
agregó—: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes,
¿verdad? —y dirigiéndose a Casilda, agregó—: ¿Por qué no le coloca una piedra
sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende
nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga
Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
—Señora, ¿quiere probarse? —dijo
Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó:
—Alcanza de mi cartera los alfileres.
—¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si
alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda
trató de ponerle el vestido de terciopelo.
—¿Para cuándo el viaje, señora?
—le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El
vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
—El terciopelo se pega mucho,
señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
—Sáquemelo, que me asfixio
—exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la
señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
—¿Para cuándo será el viaje,
señora? —volvió a preguntar Casilda para distraerla.
—Me iré en cualquier momento. Hoy
día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar
listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
—Se va a París, ¿no?
—Iré también a Italia.
—¿Vuelve a probarse el vestido,
señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un
suspiro.
—Levante los dos brazos para que
pasemos primero las dos mangas —dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo
de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda
trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la
señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el
vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón;
luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y
complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado
izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le
redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar
alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el
terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la
pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los
alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por
uno. ¡Qué risa!
—¡Qué vestido! Creo que no hay
otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires —dijo Casilda, dejando caer un
alfiler que tenía entre sus dientes—. ¿No le agrada, señora?
—Muchísimo. El terciopelo es el
género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus
preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
—¿Le gusta el nardo? Es tan triste
—protestó Casilda.
—El nardo es mi flor preferida, y
sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo
hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la
infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable.
Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer
está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello
de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El
terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la
señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que
estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no
le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los
vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del
afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la
ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las
pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas.
La señora volvió a ponerse de pie
y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas
también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, solo un
imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los
alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género
sobrenatural, que sobraban.
—Cuando seas grande —me dijo la
señora— te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
—Sí —respondí, y sentí que el
terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué
risa!
—Ahora me quitaré el vestido
—dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo
tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante
algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
—Tendré que dormir con él —dijo
la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba
sobre los latidos de su corazón—. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa
—llevó la mano a la frente—. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse
vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
—Yo le aconsejé la seda natural
—protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el
dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón
quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda
dijo melancólicamente:
—Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer
este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
—¡Qué risa!
Consigna de escritura: antes de leer el cuento, escribir un texto con el título "El vestido de terciopelo".
Consigna de escritura: antes de leer el cuento, escribir un texto con el título "El vestido de terciopelo".
LA CAÑADA
Desde mi niñez lo que más me
impactó desde que llegamos al barrio de la casa de mi abuela paterna con mi
papá, mamá y hermano más chico, fue ver
ese tremendo paredón que al cruzar la calle ya podíamos verla porque justo era
hasta donde empezaba el paredón y se podía bajar y ver de cerca el cauce del
río de poca cantidad de agua.
Al preguntarle a mi papá por qué
era tan grande, me explicó que cuando se estaba construyendo él había
participado en la construcción porque era albañil. Así que más importancia
tenía para mi saber que la respuesta de mi papá tenía más valor.
Ya cuando estábamos más grandes
con los primos y hermanos nos íbamos a la parte que hacía como un desnivel y
para nosotros era “el río” en el que había pescaditos.
Se nos ocurrió llevar un colador
para pescar y así sacábamos los pececitos y los llevamos a la casa y la
travesura era ponerlos en la sartén con aceite para que se friten y los
comíamos con pan. Era un manjar para nosotros, hasta que un día mi abuela nos
preguntó qué hacíamos y al contarle nos dijo que eran viejas del agua, pero
nunca nos hicieron mal.
Con el tiempo hubo una gran
tormenta de verano en la que cayó tanta agua, viento y granizo que se desbordó
la parte de las orillas en las que había asentamientos de muchas familias.
Cuando paró la lluvia fuimos a ver y era terrible el caudal que llegaba hasta
donde empieza el paredón. El agua se había llevado todo lo que había encontrado
de esos hogares, animales, roperos, heladeras, cocinas y todo lo que más pudo.
Fue un desastre muy grande, no hubo víctimas porque como
era a la siesta y me recuerdo de ver cuando apareció el Arco Iris porque como
no había tantos edificios se podía ver.
Con el tiempo fueron construyendo
y llevaron más arriba el paredóny ahora ya está todo más asegurado y la
edificación más alejada.
Yo estuve hasta los 18 años en la
calle Brasil y nos mudamos a barrio Jardín.
Hasta el día de hoy cada vez que
cruzo la zona de la cañada me fijo el nivel del cauce. Según lo que haya
llovido porque allí desembocan todas las bocas de tormenta de la ciudad, donde
continúa el Río Primero.
Córdoba es la única provincia que
tiene una Cañada con estas características, así que nunca dejo de mirar cuando
paso ya sea en auto o en colectivo.
También es un atractivo turístico
visitarla.
Carmen Farías
Y bueno, este año a mí me resultó muy lleno de actividades, esto de “Promoción a
la lectura” me llenó de alegría por la forma que tuvo la profe de comprendernos
y escucharnos, en la cual nos respetamos tanto todos de buenos compañeros.
Ahora
que se terminan las actividades es como
si me desengancharan de algo tan lleno de expresiones y conocimientos, me estoy
dando cuenta cuanto crecí en mí misma.
Es
la más grata etapa de la vida que no
sabía que era capaz de sobrellevar por los miedos que tenía y nunca me había
imaginado que hasta pude compartir este espacio UPAMI en los salones de la
facultad.
Es
todo un acontecimiento de mi vida y de adulta mayor y de compartir con los
pares y seguir todos los momentos que pasamos una vez a la semana dos horas que se pasan volando.
Estoy
muy contenta y agradecida de mi provincia que me trató tan bien.
Gracias
a mis compañeros que los voy a extrañar porque uno no sabe lo que puede pasar
hasta el año que viene… regresar a la misma actividad o sea a “Promoción a la lectura” con el nombre
tan original: “Cazadores de Lecturas”.
Carmen
Farías
lunes, 13 de noviembre de 2017
Villafañez, Oscar: asistente al taller "Promoción a la
lectura".
Profesora Erika.
Aprendí a leer. Aprendo a comprender.
Peleo con y por las palabras. Aprendo a paladearlas.
Aprendí a escribir. Intento ubicar las palabras de tal modo
que me expresen, con un criterio inhabitual en ellas, lo que vivencio e imagino
en una asociación de relaciones concéntricas.
Consigna colectiva: escuchamos en comentarios y sugerencias.
Estimulantes los textos, despertadoras las consignas a partir de los mismos.
Por Oscar Villafañez
La Carta
Piquillín, rinconcito del mundo en este
cordobés. Podrá recogerlo en el cuenco de mis manos como a un poco de agua de
lluvia.
En su estación de ómnibus,
tomando una bebida, se me acercó un parroquiano, ya mayor. Saludó y se presentó
como Ramiro, peón de campo. Lo invité a sentarse a la mesa y a tomar lo que
gustara.
-Gracias; seré breve. Necesito un
favor... Le cuento, hace poquito conocí a una señora... En mi soledad, el sol
era mi despertador para ir a trabajar, la luna me indicaba descanso y la lluvia
me impedía trabajar... (Calló).
-¿Eso es todo?
-No, eso es el principio. Le
pido, con respeto (se había quitado el sombrero y apretaba el ala, ancha) si
puede escribir (respiró hondamente) una carta... ( se detuvo, encaró de nuevo)
una carta de amor. Sus familiares me dijeron que lo encontraría aquí y que,
usted, podría ayudarme.
-Le agradezco su confianza. No
soy ducho en ese menester pero veré qué se puede hacer. Ahora vuelvo a Córdoba
pero regresaré el sábado próximo.
-(Ansioso y en voz baja) - ¿Con
la carta?
- Sí, con la carta- contesté y
nos despedimos
........
Estimada Señora:
Para
tratar de enlazar lo indefinido que me atropella por dentro de mi pecho, he
buscado palabras de día, de noche, en la brisa, en la llovizna... También en el
desolado andén de la estación de trenes donde se pasean sombras de adioses,
sombras de encuentros que fueron... Y sigo buscando en mi silencio o en algún
sollozo. No me crea, por esto, flojo de ánimo, sólo que me cuesta expresarlo.
Espero no serle enojoso. Cuento con su comprensión...
Y, al fin Señora, después de
tanto, rejunté algunas palabras para arrimárselas y así darme a conocer.
Me parece que, quién más quién
menos necesitamos de algo, de alguien, algo de alguien; así, el lucero,
impaciente, pide mucho más que la penumbra; necesitamos una pérdida ineludible
para poder lavar nuestros ojos, una sonrisa para volver a tener más infancia
que la del colibrí.
El sacerdote encuentra vocación
para hallar a Dios y yo me encontré, en mis manos ciegas, vocación para dar con
la materia ígnea de la palpitación oculta. Creo que me vendría el mismo
escalofrío, y disculpe la comparanza, como el de aquella vez que sorprendí a
una codorniz entre los rastrojos del campo segado...
(La recuerdo porque aquel día el
sol pasó tan rápido que se olvidó de apagarla.)
Cerquita, nomás, un descampado me
sirve para ver la tajada de luz de la luna creciente. Ahora siento al sol no
como un guascazo sobre mi lomo, sino como a alguien que nos regala todos los
colores y sobre mi techo de zinc escucho, calladito, las notas de lluvia y
sonrío pensando que está bautizando a la tierra teniendo como testigos a los
horneros.
Señora, y con esto termino aunque no
tenga término mi desasosiego: "Inclúyame en su mirada", ayúdeme a
mirarla, "desdúdeme" señora, para así poder andar como el agua
amansada de las acequias.
Sin más, y pidiendo las disculpas del
caso, le saluda amablemente.
Ramiro.
Escrito por Jacinta Choque
Quiero contar la historia de un
hombre que conozco que se le puede llamar TODERO. El se llama Mario y es
encargado de un edificio. Se desempeña en tareas de limpieza. Hace más de 32
años que trabaja ahí. Prácticamente el lo vio crecer. Desde sus cimientos hasta
el día de hoy. Él conoce las mañas que tiene. En el transcurso del tiempo han
pasado un sin fin de inquilinos que a veces cuesta recordar. Pero el hecho de
mi historia es que siempre que pasa algo Mario esta ahí para socorrer o
resolver problemas. Él no se ha perfeccionado en ninguno de los oficios, pero a
la hora de arreglar una cerradura él se convierte en cerrajero. Cuando hay lámparas
o hubo un corte de luz él es electricista. Por esta razón quiero contarles que él
es cerrajero, albañil, electricista, plomero y hasta a veces psicólogo.
Por esta razón quiero dar gracias
a Mario y a otros como él que siempre están a la hora exacta para solucionar el
problema.
Laurel
Hermosa planta que fuiste creada para dar vida y sabor a los
platos más exóticos que el ser humano puede crear.
Un día caminando por los senderos
de la vida, te vi tirada en forma de gajo arrancado, estabas ahí solita
agonizando, pidiendo clemencia por un poco de agua.
Te socorrí y te lleve conmigo. Busqué un recipiente y te
puse agua bien fresca que había en mi jardín florido.
Cuando fui a verte al día siguiente, estabas animada. Tus
hojitas se movían dándome las gracias.
Cuando vi que estabas recuperándote, te trasplanté a una
maceta con la mejor tierra. Al principio estabas creciendo, pero de pronto vi
algo que no estaba bien.
Te revise como si fueras mi paciente y encontré el motivo
por la cual estabas triste y no tenías ganas de vivir.
La razón era que lombrices traviesas estaban quitándote las
vitaminas.
Enseguida actué, te trasladé al campo de mi nieta, donde escogí
un rincón para vos solita. La tierra era pura y sin bichitos traviesos que te
hicieran daño.
Hoy me di cuenta que ayudarte fue lo más hermoso que te pude
regalar. Querida plantita de laurel.
Jacinta Choque
“El día que me volví invisible”
En esta casa no hay calendarios y
en mi memoria los días están hechos una maraña. Me acuerdo de esos calendarios
grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos que colgábamos al
lado del tocador. Ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido
desapareciendo. Y yo, yo también me fui
borrando sin que nadie se diera cuenta.
Primero me cambiaron de cuarto,
pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aun, acompañada
de mi bisnieta. Ahora ocupo el cuarto de los sirvientes, el que está en el
patio de atrás. Prometieron cambiarme el vidrio roto de la ventana, pero se les
olvidó, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumentan
mis dolores de hueso.
Desde hace mucho tiempo tenía
intenciones de escribir, pero me pasaba semanas buscando una lapicera, y cuando
al fin la encontraba, yo misma volvía a olvidar en dónde la había puesto. A mis
años, las cosas se pierden fácilmente, claro que es una enfermedad de ellas, de
las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas, pero siempre desaparecen.
La otra tarde caí en la cuenta de
que también mi voz ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o hijos, no
me contestan. Todos conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos,
escuchando atenta lo que dicen. A veces intervengo en la conversación segura de
lo que voy a decirles, no se le ha ocurrido a ninguno que les van a servir de
mucho mis consejos, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces,
llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar mi taza de café.
Lo hago de repente, para que comprendan
que estoy enojada, para que se den cuenta de que me han ofendido y vengan a
buscarme y me pidan disculpa. Pero nadie viene.
El otro día les dije que cuando
muriera entonces si me iban a extrañar. El niño más pequeño dijo: "¿Ah
.... es que estas viva, abuela? Les cayó tan en gracia que no paraban de reír.
Tres días estuve llorando en mi
cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas
viejas y ni los buenos días me dio. Fue entonces cuando me convencí de que soy
invisible. Me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, pero mi
hija sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mi alrededor, de un lado a
otro, sin tropezar conmigo. Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de
serle útil, le lleve un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la
mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Solo que estaba viendo la televisión
y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a
poco se fue enfriando, mi corazón también.
Un viernes se alborotaron niños y
me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos al campo. Me puse
muy contenta ¡Hacia años que no salía, y menos al campo! Entonces el sábado fui
la primera en levantarme. Quise arreglar mis cosas así que me tomé mi tiempo
para no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban
bolsas y juguetes al auto. Yo ya estaba lista y, muy alegre, me paré en el zaguán
a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en el bullicio, comprendí
que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el coche o porque mis
pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a gusto por el
bosque.
Sentí clarito como mi corazón se
encogió. La barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta las ganas de
llorar.
Vivo con mi familia y cada día me
hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años. Nadie me recuerda. Todos están
tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan,
sueñan, lloran, abrazan y se besan. Yo ya no sé a que saben los besos. Antes
besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis
brazos como si fuesen míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona
cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta daba por cantar
canciones de cuna que nunca creí recordar... Pero mi nieta, que acababa de
tener a su bebé dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por
cuestiones de salud. Ya no me les acerque más, no fuera ser que les pasara algo
malo a causa de mi imprudencia. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos! Ojalá que
el día de mañana, cuando lleguen a viejos... sigan teniendo esa unión entre ellos
para que no sientan el frío ni los desaires. Que tengan la suficiente
inteligencia para aceptar que sus vidas ya no cuentan, como me lo piden.
Y dios quiera que no se
conviertan en "VIEJOS SENTIMENTALES QUE TODAVIA QUIEREN LLAMAR LA
ATENCION". Y que sus hijos no le hagan sentir como bultos. Para que el día
de mañana no tengan que morirse estando muertos ya desde antes... como yo lo
estoy.
Por Silvia Castillejos Peral
Por Silvia Castillejos Peral
Jacinta Choque
domingo, 12 de noviembre de 2017
sábado, 11 de noviembre de 2017
La desprincesa Sukimuki
y su marido el príncipe Kinoto se casaron y se fueron del palacio a una
estancia muy grande y cómoda. Ella todas las mañanas iba con su esposo a
caminar por los campos de la estancia que tenía árboles de manzana, durazno,
naranjas. Disfrutaban de su libertad, porque no tenían que cumplir órdenes de
nadie. Eran muy felices, almorzaban a orillas del río y dormían la siesta en el
pasto suave y verdoso. Así transcurrían sus días.
Por Mónica Aranda
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