viernes, 22 de diciembre de 2017



“Cazadores de lecturas” es el nombre que l*s participantes del taller de “Promoción a la lectura” nos pusimos a comienzo de este año. L*s cazadores somos un grupo de adult*s muy curios*s, con muchas ganas de crear y compartir. Nos reunimos todos los lunes a la mañana con el simple pero potente objetivo de leer, textos de otr*s y nuestr*s. A lo largo del año, por turnos, cada participante fue proponiendo un autor o autora para leer y la profesora traía para la siguiente clase algún texto del/a mism* para compartir. Hablábamos sobre su biografía, leíamos el texto en voz alta, lo comentábamos, le hacíamos preguntas, lo vinculábamos con nuestras experiencias y con otras lecturas. Luego, la profesora daba una consigna de escritura para la casa a partir de lo leído, y al lunes siguiente compartíamos las producciones personales con toda la clase. Es así que en este taller hemos desarrollado nuestras potencialidades como lectores, como escritores y también como escuchas. Nos escuchamos mucho entre nosotr*s, valoramos lo que cada quien tenía para compartirnos y nos estimulamos entre todos para permitir que cada un* pueda abrir su corazón y mostrar ese/a lector/a-escritor/a que lleva dentro.
Al final de año nos encontramos con mucho material leído y escrito, fue por eso que, por iniciativa de l*s participantes del taller, decidimos hacer un blog. Hoy se lo compartimos con mucho entusiasmo y alegría, ¡esperamos que lo disfruten tanto como nosotr*s!





































domingo, 26 de noviembre de 2017




Yo voy a hablar del vestido de terciopelo, pero el mío es verde. En mis años de juventud, he estudiado corte y confección, he diseñado un montón de vestidos hermosos, pero el que recuerdo es el vestido de terciopelo verde que le hice a mi hija para el bautismo de mi nieta.
Al cabo de 11 años, mi segunda nieta cumplió 8 años, le diseñe otro vestido hermoso con la misma tela que le había hecho a mi hija. Usé ese mismo vestido y lo modifiqué agregándole algunos detalles. Y me salió otro vestido de mangas largas con una pechera gris. Estaba hermoso. Mi nieta se veía tan hermosa con su nuevo vestido que lo usó en su cumpleaños. Yo pensaba que se veía tan bonita como una nena de familia adinerada. ¿Se preguntarán por qué pienso así? Todas aquellas clientas que he tenido siempre me solicitaban vestidos de color rojo, azules, amarillos, etc. Y todos esos vestidos eran de terciopelo. No hace falta ser de una clase social alta para usarlo, sino que cualquiera puede usarlo.
Hoy han pasado treinta y ocho años desde que diseñé mi primer vestido de terciopelo verde y puedo jurar que la tela suave y brillante sigue intacta como la primera vez que la compré.
Hoy en día mi nieta lo tiene guardado para su hija, o sea mi bisnieta y así sucesivamente, hasta que un día sea solo un simple recuerdo.
Esta es mi historia del vestido de terciopelo verde.


Jacinta Choque





miércoles, 22 de noviembre de 2017




EL SILLÓN NEGRO
Lo trajeron a casa una tarde sin consultármelo siquiera. Mi marido lo había comprado en un Hipermercado aconsejado por uno de sus alumnos quien conocía muy bien su deseo de poseer ese sillón tan especial que se reclinaba cuando uno lo solicitaba.
Era un armatoste negro y pesado, tan pesado para entrarlo al living que lo tuvieron que alzar cuidadosamente entre tres personas (el fletero y mis dos hijos mellizos).
Por supuesto él estaba allí para recibirlo e indicar dónde se instalaría. Yo observaba como atónita esta invasión ridículamente negra que contaminaba mis decorados cuidadosamente pasteles.
Esta novedosa adquisición  fue colocada frente al televisor e inmediatamente cortó la armonía que lucía en la sala.
Lo probaron de inmediato: primero se sentó mi marido quien lo consideró perfecto, justo para su medida y le fascinó el hecho que fuera tan sencillo recostarse en él para descansar al regresar a casa.
Después disfrutaron sus atributos mis hijos, que por turnos extendieron su cuerpo  entre su reluciente cuerina  y también se reclinaron para  gozar de esta sensación de bienestar y reparación física contagiosa.
Lo cierto es que este lustroso e insustituible mueble no tenía descanso, siempre hallaba un transeúnte que deseaba reposar en él. Como regla tácita dimos prioridad  a este beneficio a los invitados suponiendo que ellos no tenían tan espectacular atracción para el descanso como teníamos nosotros.
Nuestro disputadísimo  facilitador de descanso  sostuvo tiernamente a mis hijos mayores y nietas y a muchos amigos de los mellizos, entre ellos jugadores de fútbol, remiseros, arquitectas, artesanas y hasta obreros.
Yo misma fui capturada por él. ¡SI! No había sensación más grata que estirarme en él cuando terminaba  los quehaceres domésticos cada noche. Al final de la jornada  nuestro regalador de momentos de reposición  me pertenecía a mi sola y todos en la familia respetaban “esto”.
Pero este incondicional mueble además de ser tan confortable tenía una gran personalidad. Era tal la sensación de sosiego y tranquilidad que proporcionaba que después de las 19hs. todo el que se sentaba en él quedaba  irremediablemente dormido.
Mi marido se dormía a los  diez minutos de ocupar tan honroso trono sobre todo después de haber tomado examen.  José  con el sándwich en la mano al volver del gimnasio. Francisco mirando un apunte de química y yo pensando en qué haría de comer el día siguiente.
Lo cierto es que el pobre sillón tenía demasiados  sueños acumulados  encima. Comenzó a sentirse algo  pálido, cansado, hinchado, sus engranajes  parecían tener reuma, estaba revuelto y a punto de estallar.
Como le costaba incorporarse cuando se lo solicitaban y sólo deseaba permanecer recostado, tomó una decisión tajante:
MAÑANA MIÉRCOLES EMPIEZO A DEVOLVER TODOS LOS SUEÑOS A SUS DUEÑOS
Así adquiriré mi fortaleza perdida y tendré ganas de levantarme nuevamente -pensó.
Pero no  logró hacer esto porque soportaba tantos sueños apretados  que  los tenía todos confundidos.  De todos  modos  cada  vez que se sentaba un integrante de la familia logró deshacerse de varios de ellos, sintiéndose más esponjoso, liviano, aliviado y funcional.
El jueves nos encontramos todos intentando comer milanesas absolutamente quemadas y una ensalada sin aceite cuando mi marido dijo:
-Hoy estuve todo el día en el gimnasio, me duele mucho la cintura y los brazos de tanto levantar pesas.
-Yo me la pasé pensando en qué podía hacerles de comer, pero estas milanesas me salieron un poco quemadas -comentó José.
- A mí me dieron muchas ganas de ayudarte en el trabajo y me puse a corregir tus pruebas, pero como mucho no las entendí lo hice con lápiz -contó Francisco.
- ¡Qué raro todo esto!
- Hoy estuve estudiando química varias horas, me costó mucho, pero aprendí algunas cosas que puedo emplearlas en la cocina -les conté a mi familia.
No quise lavar los platos. Por un momento pensé  que todos habíamos comprendido  lo duro que era hacer el trabajo del otro y luego  decidí irme a dormir.
Me dirigí como todas las noches a “nuestro  proveedor de momentos de relajamiento” y me pareció verlo como más incorporado y alto por un instante… No hice caso a esta sensación y lo ocupé holgadamente mirando la tele como siempre.
Le dije adiós cuando estaba a punto de dormirme.
A la mañana siguiente me levanté, tomé café como siempre y después busqué un frasco de enduído y una lata de barniz porque sentí un deseo irresistible de arreglar mi casa…

Adriana Rolando

Escribí este cuento porque me agradó mucho haber tomado contacto a través del taller con el género fantástico.

Por ello muchas gracias.





martes, 21 de noviembre de 2017




Versión de Graciela Campos
El vestido de terciopelo, mi vestido de terciopelo azul, un corte estilo Coco Chanel, cuello a la base, con una vista de mostacillas para realzar su sobriedad, sin mangas y chaqueta mangas tres cuartos, lo hizo mi tía para el casamiento de mi hermano menor, pues soy su madrina. Y como dicen "si sos madrina de bodas, soltera, te quedaras" (formé mi familia sin casarme).

Pero con este vestido, me veía deslumbrante, con zapatos negros de charol tacones alto. Mi figura delgada, elegante, ¡sencillo!  Mi tía decía "te falta un casquete o sombrero y parecés una princesa real" (yo reía). Lo recuerdo, como si fuese hoy, pues lo usé en varias ocasiones, la suavidad y textura del terciopelo, digno de acariciarlo. Era la moda vestir con elegancia, mi hermano cursaba en la Escuela de Aviación. Y en esas fiestas o reuniones, tenías que ir de vestido no muy corto o largos. Fueron los mejores años de mi vida y recordar ese vestido de terciopelo azul, es recordar los buenos momentos de alegría que me proporcionó… y muy señorial para mis jóvenes años.









Soy Graciela Campos, jubilada, alumna del Taller de Upami “Promoción a la lectura”, tengo 62 años, fui empleada de Farmacia, Asistente en Geriatría, de lo cual sigo trabajando. Tengo cuatro hijos, cinco nietos, viven conmigo dos hijas, una tiene una nena de cuatro años, de la cual aprendo mucho.
Ahora tengo tiempo, disponible, para recrearme en actividades que siempre me gustaron, como viajar, ver a mis nietos y salir al cine, leer un buen libro, que antes casi nunca podía terminar, intercambiar relaciones humanas (o sea juntarme con amigas o vecinos).
Siempre me gustó leer variado (historia, geografía, novelas, poemas, o algún escritor nuevo o best seller). Me inscribí en el curso con la finalidad de volcar más tiempo a la lectura, y lo he logrado. Pues la temática del taller, te lleva a buscar, leer, incursionar en la vida escritores, pintores, fotógrafos, todos relacionados, y sus biografías.
La profesora Erika nos da pautas para que ese escritor que llevamos dentro salga a la luz y escribir lo que sentimos, pensamos o que alguna vez escribimos y lo guardamos. Somos un grupo reducido, nos respetamos, nos escuchamos, aprendemos y cada uno aporta una parte de lo suyo. Me gusta compartir lo realizado. Y gracias a la profesora Erika que, con su carisma, dedicación y paciencia hacia nosotros, nos llevó a ser parte de la literatura sin ser famosos o destacados escritores, y a los compañeros. Y a esperar para volver el próximo año.

Graciela Campos








El vestido de terciopelo azul

Como en un sueño, lo vi y pensé que venía del pasado. Pero cuando volví a la realidad eras tú, mi pequeña, vestida con mi vestido de terciopelo azul, tan bella. Con tu sencillez y tus grandes ojos negros, se reflejaba la adolescencia de tus dulces quince años. Para mí no había pasado el tiempo. Al verte con ese ese vestido me hizo recordar mi adolescencia y recordé los días en que yo me lo ponía y era feliz, me gustaba su suavidad, su color. Era mi mayor tesoro, lo guardé sin saber que unos años más tarde al mostrártelo te quedarías fascinada con mi precioso vestido de terciopelo azul.

Monica Aranda








Quién soy
Soy una persona en busca del conocimiento tanto de la lectura como de la literatura. En mi niñez y en mi adolescencia escribía hasta que formé mi familia y llegaron mis niños y dejé de escribir por un largo tiempo, ahora que mis hijos están grandes quise retomar. Cuando me recomendaron el curso no lo dudé, no me arrepiento, es un gran desafío para mí, mis compañeros son maravillosos. Son personas cálidas, traen mucho conocimiento, inquietudes que enriquecen al grupo. Tenemos una gran profe Eri, que nos da la libertad de crear nuestros cuentos, poesías. Hace que nuestro grupo Cazadores de Lecturas crezca y se fortalezca cada clase.

Mónica Aranda








Por David Campana
Estoy escribiendo mi historia corta. Mi enfermedad meningitis y estoy curado gracias a Jesús, los doctores y la familia. Pero mi voluntad es indispensable.

Yo pienso que la lectura y la escritura es fundamental para hablar correctamente.





lunes, 20 de noviembre de 2017




Elegí este curso con el propósito de activar la memoria, ejercitar la mente.Y estoy muy contenta y agradecida a la vida, aquí todos somos muy compañeros y nos escuchamos, principalmente nuestra profesora Erika, tan admirable, con mucha paciencia y respeto nos escucha e incentiva mucho, así con su ayuda todos participamos, algún poético, otros sentimentales, o algún amoroso, de mí dicen que soy cómica, cuando leo lo que escribo les causa mucha risa... muchas gracias a todos por esto!!!!


Cristina Gil








Cuando cumplí cinco años mi padre me regaló una hermosa muñeca, tan grande… Hasta me parecía que era como yo. La llamé Silvia, tenía un vestido de terciopelo rojo y zapatos blancos. Siempre que jugaba con ella me ponía mi vestido rojo, mientras mi madre lavaba en la batea debajo un eucalipto, cantando como era su costumbre, yo acomodaba apoyada al árbol un cajón donde paraba a mi Silvia como si fuera un escenario, también acomodaba dos ladrillos de asientos y cantaba, pensaba que mi muñeca Silvia con su vestido de terciopelo rojo cantaba en un gran teatro…

Cristina Gil










Era septiembre fiesta del estudiante. Hernán había hecho una apuesta con sus compañeros. Llegó el día, “¡ojo con la apuesta!”, se escuchó...
Se pueden imaginar lo que pasó… Hernán, un pibe brillante, repulsivo, deslumbrante y hasta corrompido, no controlaba lo que hacía. Sólo dejaba salir lo que su corazón sentía. De hecho, nunca pudo olvidar...
Ahí frente el pizarrón delante de todos, le entregó su bolsita o escapulario a ella, Eugenia, la señorita, turbada, con los ojos grandes y pintados ridículamente de azul, una delatadora y lamentable profesora de Literatura, que un día no tan cualquiera salió del salón de clases llevándose para siempre las rimas, leyendas y su aroma a alcanfor...


Cristina Gil





domingo, 19 de noviembre de 2017




Unos pocos días antes del 21 de septiembre, Hernán y sus compañeros hicieron la apuesta, él puso en práctica su crueldad, sin importarle el daño que le haría a la Srta. Eugenia. Antes de la apuesta habían pasado muchas cosas, a Hernán, sin darse cuenta, algo le había pasado con ella, quizás su forma de ser, su inocencia a pesar de su edad. Lo atraía, hasta que las cosas se fueron dando. Hasta que él se enamoró de ella y lo mismo sintió ella por él. Hubo mucha pasión, él con sus jóvenes dieciocho años y ella con sus cuarenta y tantos años se sentía una adolescente. Pasaron muchos momentos juntos, ellos se amaban de verdad. Pero la felicidad no duraría para siempre porque la apuesta tenía que cumplirse. Se acercaba el día. Esa última noche que estuvieron juntos, sin que ella se diera cuenta él sacó de su cuello su protección, su escapulario. Los rayos de sol tocaron el rostro de Hernán, se levantó rápidamente y dio un beso suave en la boca de su amada y se marchó, para verla ese mismo día en la escuela Nacional. Sería su gran día, no quería cumplir la apuesta porque sabía que rompería el corazón de la Srta. Eugenia, su relación se terminaría, él no sabía qué hacer, pudo más lo que pensaban los cuarenta muchachones que lo que sentía por ella. Se abrió la puerta del aula donde estaban sus compañeros con miradas burlonas. Él, con un sus pasos lentos, colgó la protección de la Srta. Eugenia en el pizarrón, como si fuera un trofeo. La mirada desconcertada, sus ojos pintados de azul se abrieron espantados, salió corriendo del aula. Casi sin aliento después de esa traición. Encontraron en su casa a la Srta. Eugenia, con sus venas cortadas, sin vida. Cómo olvidar ese día.


Final inventado por Mónica Aranda





miércoles, 15 de noviembre de 2017





EL VESTIDO DE TERCIOPELO

Soy la segunda de tres hermanas. En casa siempre ayudábamos a mamá, Ana María, en los quehaceres domésticos y ocasionalmente visitábamos el trabajo de papá, Oscar,  que era columnista del diario “La Nación”.
Este programa fascinaba a mi hermana mayor –Alejandra- Quien sostenía que sería detective.
Yo todavía no tenía claro qué iba a hacer, pero lo que a mí me interesaban eran las relaciones humanas.
A mí me intrigaban los misterios….

En ocasiones ocupaban mi mente algunas situaciones que no comprendía:
-¿Por qué mi mamá  a veces se tornaba pensativa y  como ausente?
-¿Cuál era la razón por la que le tenía tanta fobia al terciopelo y a la velocidad?
-¿Por qué siempre se negaba a visitar la Iglesia de Santa María?
-¿Qué guardaba arriba del  ropero de la habitación que  compartía con papá  que teníamos prohibidísimo mirar?
-¿Qué escondían estos hechos que provocaban que nuestro padre se aproximara a ella y la tomara  de la mano?

Un día cuando las tres cursábamos  el secundario nos informaron que partirían de viaje a Alta gracia a pasar unos días y que nos quedaríamos solas.

No nos dieron ninguna recomendación  especial porque siempre nos mostramos muy responsables.
Mamá distribuyó los trabajos  domésticos y  supuso que todas las “Normas hogareñas” estaban instaladas en cada una de nosotras.

Pero esto no fue así.
Alejandra con su alma de detective tenía que inspeccionar todo lo prohibido y por este motivo  conocimos una porción de la vida de nuestra madre que se nos había ocultado.

Sobre la cama de matrimonio quedó una cajaque encontramos arriba del ropero que se mostraba algo destruida por todas las veces que había sido abierta anteriormente.
Al abrirla nos sorprendimos al ver que en su interior  yacía un vestido de novia de terciopelo blancoperfectamente doblado, con untocado para el cabello  y un ramo de flores disecadas  por el tiempo.

Acompañaban al mismo un racimo de sobres  blancos con letras doradascon los nombres de muchas familias que nosotras conocíamos unidos con una banda elástica.
Dentro de ellos  dormían trágicamente invitaciones  al enlace de Ana  María Ramírez y José Antonio López a realizarse el día 1 de Julio del año 1970 en la Parroquia de Santa María, encabezadas con los nombres de nuestros abuelos maternos.
Con mis hermanas intentamos buscar en la caja  algún dato  referido a esta persona, pero no lo hallamos. Tampoco existían cartas dirigidas a mi madre escritas por él.

Cuando sacamos el vestido y lo extendimos  sobre la cama para apreciarlo mejor quedaron a la vista diferentes recortes de diarios detallando detalles de una misma noticia:
La noche del 29 de junio del año 1970 moría  completamente quemado el corredor de autos  José Antonio López tras haber  dado vuelta con su automóvil en camino por  las sierras cordobesas.


Adriana Rolando








El vestido de terciopelo
Especialmente yo no tuve un vestido de terciopelo, no me atraía demasiado como para mí. Sé que es de muy buen gusto usar un vestido de terciopelo. Sí me gustaba ver a las mujeres tan elegantes vestidas. Yo no tenía tanta vida social en la que pudiera disfrutarlo, siempre fui muy clásica y sencilla en cuanto a la vestimenta y hasta el día de hoy no soy tan exigente como para tener cosas de vestimenta tan lujosas, no es que no hubiese podido tenerlo, sino que, como digo, no me atrajo esa clase de vestido de terciopelo. Nunca se me ocurrió que pudiera ser un sueño no hecho realidad. Por suerte no me faltó nada en la niñez, juventud, adultez y tampoco ahora en la edad de adulta mayor.


Carmen Farías. 











El vestido de terciopelo
Silvina Ocampo

Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al Barrio Norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
—¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve —me tomó del mentón y agregó—: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? —y dirigiéndose a Casilda, agregó—: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
—Señora, ¿quiere probarse? —dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: —Alcanza de mi cartera los alfileres.
—¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
—¿Para cuándo el viaje, señora? —le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
—El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
—Sáquemelo, que me asfixio —exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
—¿Para cuándo será el viaje, señora? —volvió a preguntar Casilda para distraerla.
—Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
—Se va a París, ¿no?
—Iré también a Italia.
—¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
—Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas —dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
—¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires —dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes—. ¿No le agrada, señora?
—Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
—¿Le gusta el nardo? Es tan triste —protestó Casilda.
—El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas.
La señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, solo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.
—Cuando seas grande —me dijo la señora— te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
—Sí —respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
—Ahora me quitaré el vestido —dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
—Tendré que dormir con él —dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón—. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa —llevó la mano a la frente—. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
—Yo le aconsejé la seda natural —protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
—Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
—¡Qué risa!



Consigna de escritura: antes de leer el cuento, escribir un texto con el título "El vestido de terciopelo".















LA CAÑADA
Desde mi niñez lo que más me impactó desde que llegamos al barrio de la casa de mi abuela paterna con mi papá, mamá y hermano más chico, fue  ver ese tremendo paredón que al cruzar la calle ya podíamos verla porque justo era hasta donde empezaba el paredón y se podía bajar y ver de cerca el cauce del río de poca cantidad de agua.
Al preguntarle a mi papá por qué era tan grande, me explicó que cuando se estaba construyendo él había participado en la construcción porque era albañil. Así que más importancia tenía para mi saber que la respuesta de mi papá tenía más valor.
Ya cuando estábamos más grandes con los primos y hermanos nos íbamos a la parte que hacía como un desnivel y para nosotros era “el río” en el que había pescaditos.
Se nos ocurrió llevar un colador para pescar y así sacábamos los pececitos y los llevamos a la casa y la travesura era ponerlos en la sartén con aceite para que se friten y los comíamos con pan. Era un manjar para nosotros, hasta que un día mi abuela nos preguntó qué hacíamos y al contarle nos dijo que eran viejas del agua, pero nunca nos hicieron mal.
Con el tiempo hubo una gran tormenta de verano en la que cayó tanta agua, viento y granizo que se desbordó la parte de las orillas en las que había asentamientos de muchas familias. Cuando paró la lluvia fuimos a ver y era terrible el caudal que llegaba hasta donde empieza el paredón. El agua se había llevado todo lo que había encontrado de esos hogares, animales, roperos, heladeras, cocinas y todo lo que más pudo. Fue un desastre muy grande, no hubo víctimas porque como era a la siesta y me recuerdo de ver cuando apareció el Arco Iris porque como no había tantos edificios se podía ver.
Con el tiempo fueron construyendo y llevaron más arriba el paredóny ahora ya está todo más asegurado y la edificación más alejada.
Yo estuve hasta los 18 años en la calle Brasil y nos mudamos a barrio Jardín.
Hasta el día de hoy cada vez que cruzo la zona de la cañada me fijo el nivel del cauce. Según lo que haya llovido porque allí desembocan todas las bocas de tormenta de la ciudad, donde continúa el Río Primero.
Córdoba es la única provincia que tiene una Cañada con estas características, así que nunca dejo de mirar cuando paso ya sea en auto o en colectivo.
También es un atractivo turístico visitarla.

Carmen Farías










Y bueno, este año a mí me resultó muy lleno de actividades, esto de “Promoción a la lectura” me llenó de alegría por la forma que tuvo la profe de comprendernos y escucharnos, en la cual nos respetamos tanto todos de buenos compañeros.
Ahora que se terminan las actividades es como si me desengancharan de algo tan lleno de expresiones y conocimientos, me estoy dando cuenta cuanto crecí en mí misma.
Es la más grata etapa de la vida  que no sabía que era capaz de sobrellevar por los miedos que tenía y nunca me había imaginado que hasta pude compartir este espacio UPAMI en los salones de la facultad.
Es todo un acontecimiento de mi vida y de adulta mayor y de compartir con los pares y seguir todos los momentos que pasamos una vez  a la semana dos horas que se pasan volando.
Estoy muy contenta y agradecida de mi provincia que me trató tan bien.
Gracias a mis compañeros que los voy a extrañar porque uno no sabe lo que puede pasar hasta el año que viene… regresar a la misma actividad o sea a “Promoción a la lectura” con el nombre tan original: “Cazadores de Lecturas”.


Carmen Farías





lunes, 13 de noviembre de 2017




Villafañez, Oscar: asistente al taller "Promoción a la lectura".
                              Profesora Erika.
Aprendí a leer. Aprendo a comprender.
Peleo con y por las palabras. Aprendo a paladearlas.
Aprendí a escribir. Intento ubicar las palabras de tal modo que me expresen, con un criterio inhabitual en ellas, lo que vivencio e imagino en una asociación de relaciones concéntricas.

Consigna colectiva: escuchamos en comentarios y sugerencias. Estimulantes los textos, despertadoras las consignas a partir de los mismos.








Por Oscar Villafañez


La Carta
 
      Piquillín, rinconcito del mundo en este cordobés. Podrá recogerlo en el cuenco de mis manos como a un poco de agua de lluvia.
En su estación de ómnibus, tomando una bebida, se me acercó un parroquiano, ya mayor. Saludó y se presentó como Ramiro, peón de campo. Lo invité a sentarse a la mesa y a tomar lo que gustara.
-Gracias; seré breve. Necesito un favor... Le cuento, hace poquito conocí a una señora... En mi soledad, el sol era mi despertador para ir a trabajar, la luna me indicaba descanso y la lluvia me impedía trabajar... (Calló).
-¿Eso es todo?
-No, eso es el principio. Le pido, con respeto (se había quitado el sombrero y apretaba el ala, ancha) si puede escribir (respiró hondamente) una carta... ( se detuvo, encaró de nuevo) una carta de amor. Sus familiares me dijeron que lo encontraría aquí y que, usted, podría ayudarme.
-Le agradezco su confianza. No soy ducho en ese menester pero veré qué se puede hacer. Ahora vuelvo a Córdoba pero regresaré el sábado próximo.
-(Ansioso y en voz baja) - ¿Con la carta?
- Sí, con la carta- contesté y nos despedimos
........
          Estimada Señora:
                                      Para tratar de enlazar lo indefinido que me atropella por dentro de mi pecho, he buscado palabras de día, de noche, en la brisa, en la llovizna... También en el desolado andén de la estación de trenes donde se pasean sombras de adioses, sombras de encuentros que fueron... Y sigo buscando en mi silencio o en algún sollozo. No me crea, por esto, flojo de ánimo, sólo que me cuesta expresarlo. Espero no serle enojoso. Cuento con su comprensión...
Y, al fin Señora, después de tanto, rejunté algunas palabras para arrimárselas y así darme a conocer.
Me parece que, quién más quién menos necesitamos de algo, de alguien, algo de alguien; así, el lucero, impaciente, pide mucho más que la penumbra; necesitamos una pérdida ineludible para poder lavar nuestros ojos, una sonrisa para volver a tener más infancia que la del colibrí.
El sacerdote encuentra vocación para hallar a Dios y yo me encontré, en mis manos ciegas, vocación para dar con la materia ígnea de la palpitación oculta. Creo que me vendría el mismo escalofrío, y disculpe la comparanza, como el de aquella vez que sorprendí a una codorniz entre los rastrojos del campo segado...
(La recuerdo porque aquel día el sol pasó tan rápido que se olvidó de apagarla.)
Cerquita, nomás, un descampado me sirve para ver la tajada de luz de la luna creciente. Ahora siento al sol no como un guascazo sobre mi lomo, sino como a alguien que nos regala todos los colores y sobre mi techo de zinc escucho, calladito, las notas de lluvia y sonrío pensando que está bautizando a la tierra teniendo como testigos a los horneros.
         Señora, y con esto termino aunque no tenga término mi desasosiego: "Inclúyame en su mirada", ayúdeme a mirarla, "desdúdeme" señora, para así poder andar como el agua amansada de las acequias.
          Sin más, y pidiendo las disculpas del caso, le saluda amablemente.
                                                                                                                     Ramiro.
  











Escrito por Jacinta Choque

Quiero contar la historia de un hombre que conozco que se le puede llamar TODERO. El se llama Mario y es encargado de un edificio. Se desempeña en tareas de limpieza. Hace más de 32 años que trabaja ahí. Prácticamente el lo vio crecer. Desde sus cimientos hasta el día de hoy. Él conoce las mañas que tiene. En el transcurso del tiempo han pasado un sin fin de inquilinos que a veces cuesta recordar. Pero el hecho de mi historia es que siempre que pasa algo Mario esta ahí para socorrer o resolver problemas. Él no se ha perfeccionado en ninguno de los oficios, pero a la hora de arreglar una cerradura él se convierte en cerrajero. Cuando hay lámparas o hubo un corte de luz él es electricista. Por esta razón quiero contarles que él es cerrajero, albañil, electricista, plomero y hasta a veces psicólogo.

Por esta razón quiero dar gracias a Mario y a otros como él que siempre están a la hora exacta para solucionar el problema.








Laurel

Hermosa planta que fuiste creada para dar vida y sabor a los platos más exóticos que el ser humano puede crear.
Un día caminando por los senderos de la vida, te vi tirada en forma de gajo arrancado, estabas ahí solita agonizando, pidiendo clemencia por un poco de agua.
Te socorrí y te lleve conmigo. Busqué un recipiente y te puse agua bien fresca que había en mi jardín florido.
Cuando fui a verte al día siguiente, estabas animada. Tus hojitas se movían dándome las gracias.
Cuando vi que estabas recuperándote, te trasplanté a una maceta con la mejor tierra. Al principio estabas creciendo, pero de pronto vi algo que no estaba bien.
Te revise como si fueras mi paciente y encontré el motivo por la cual estabas triste y no tenías ganas de vivir.
La razón era que lombrices traviesas estaban quitándote las vitaminas.
Enseguida actué, te trasladé al campo de mi nieta, donde escogí un rincón para vos solita. La tierra era pura y sin bichitos traviesos que te hicieran daño.
Hoy me di cuenta que ayudarte fue lo más hermoso que te pude regalar. Querida plantita de laurel.


Jacinta Choque








“El día que me volví invisible”

En esta casa no hay calendarios y en mi memoria los días están hechos una maraña. Me acuerdo de esos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador. Ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo,  yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.
Primero me cambiaron de cuarto, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aun, acompañada de mi bisnieta. Ahora ocupo el cuarto de los sirvientes, el que está en el patio de atrás. Prometieron cambiarme el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumentan mis dolores de hueso.
Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me pasaba semanas buscando una lapicera, y cuando al fin la encontraba, yo misma volvía a olvidar en dónde la había puesto. A mis años, las cosas se pierden fácilmente, claro que es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas, pero siempre desaparecen.
La otra tarde caí en la cuenta de que también mi voz ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o hijos, no me contestan. Todos conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atenta lo que dicen. A veces intervengo en la conversación segura de lo que voy a decirles, no se le ha ocurrido a ninguno que les van a servir de mucho mis consejos, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces, llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar mi taza de café. Lo hago de repente,  para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta de que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan disculpa. Pero nadie viene.
El otro día les dije que cuando muriera entonces si me iban a extrañar. El niño más pequeño dijo: "¿Ah .... es que estas viva, abuela? Les cayó tan en gracia que no paraban de reír.
Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio. Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible. Me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mi alrededor, de un lado a otro, sin tropezar conmigo. Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil, le lleve un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Solo que estaba viendo la televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a poco se fue enfriando, mi corazón también.
Un viernes se alborotaron niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos al campo. Me puse muy contenta ¡Hacia años que no salía, y menos al campo! Entonces el sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar mis cosas así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban bolsas y juguetes al auto. Yo ya estaba lista y, muy alegre, me paré en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en el bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el coche o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a gusto por el bosque.
Sentí clarito como mi corazón se encogió. La barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta las ganas de llorar.
Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años. Nadie me recuerda. Todos están tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, abrazan y se besan. Yo ya no sé a que saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis brazos como si fuesen míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar... Pero mi nieta, que acababa de tener a su bebé dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por cuestiones de salud. Ya no me les acerque más, no fuera ser que les pasara algo malo a causa de mi imprudencia. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos! Ojalá que el día de mañana, cuando lleguen a viejos... sigan teniendo esa unión entre ellos para que no sientan el frío ni los desaires. Que tengan la suficiente inteligencia para aceptar que sus vidas ya no cuentan, como me lo piden.
Y dios quiera que no se conviertan en "VIEJOS SENTIMENTALES QUE TODAVIA QUIEREN LLAMAR LA ATENCION". Y que sus hijos no le hagan sentir como bultos. Para que el día de mañana no tengan que morirse estando muertos ya desde antes... como yo lo estoy.

Por Silvia Castillejos Peral
          
Este relato lo quiero compartir porque es una realidad que a muchos adultos mayores nos pasa una vez que nos volvemos viejos. Somos invisibles para el resto de las personas. 
Jacinta Choque







domingo, 12 de noviembre de 2017




El mate tuvo mucho que  ver en mi vida, mi primer mate me lo cebó mi abuela, era de leche dulce, y calentito a pesar de mis 5 años me sentí grande y feliz por haber compartido el mate con mi abuela.


Mónica Aranda





sábado, 11 de noviembre de 2017



SUSURRANDO EN LA PLAZA SAN MARTÍN
JUNIO DE 2017












La desprincesa Sukimuki y su marido el príncipe Kinoto se casaron y se fueron del palacio a una estancia muy grande y cómoda. Ella todas las mañanas iba con su esposo a caminar por los campos de la estancia que tenía árboles de manzana, durazno, naranjas. Disfrutaban de su libertad, porque no tenían que cumplir órdenes de nadie. Eran muy felices, almorzaban a orillas del río y dormían la siesta en el pasto suave y verdoso. Así transcurrían sus días.

Por Mónica Aranda