miércoles, 22 de noviembre de 2017




EL SILLÓN NEGRO
Lo trajeron a casa una tarde sin consultármelo siquiera. Mi marido lo había comprado en un Hipermercado aconsejado por uno de sus alumnos quien conocía muy bien su deseo de poseer ese sillón tan especial que se reclinaba cuando uno lo solicitaba.
Era un armatoste negro y pesado, tan pesado para entrarlo al living que lo tuvieron que alzar cuidadosamente entre tres personas (el fletero y mis dos hijos mellizos).
Por supuesto él estaba allí para recibirlo e indicar dónde se instalaría. Yo observaba como atónita esta invasión ridículamente negra que contaminaba mis decorados cuidadosamente pasteles.
Esta novedosa adquisición  fue colocada frente al televisor e inmediatamente cortó la armonía que lucía en la sala.
Lo probaron de inmediato: primero se sentó mi marido quien lo consideró perfecto, justo para su medida y le fascinó el hecho que fuera tan sencillo recostarse en él para descansar al regresar a casa.
Después disfrutaron sus atributos mis hijos, que por turnos extendieron su cuerpo  entre su reluciente cuerina  y también se reclinaron para  gozar de esta sensación de bienestar y reparación física contagiosa.
Lo cierto es que este lustroso e insustituible mueble no tenía descanso, siempre hallaba un transeúnte que deseaba reposar en él. Como regla tácita dimos prioridad  a este beneficio a los invitados suponiendo que ellos no tenían tan espectacular atracción para el descanso como teníamos nosotros.
Nuestro disputadísimo  facilitador de descanso  sostuvo tiernamente a mis hijos mayores y nietas y a muchos amigos de los mellizos, entre ellos jugadores de fútbol, remiseros, arquitectas, artesanas y hasta obreros.
Yo misma fui capturada por él. ¡SI! No había sensación más grata que estirarme en él cuando terminaba  los quehaceres domésticos cada noche. Al final de la jornada  nuestro regalador de momentos de reposición  me pertenecía a mi sola y todos en la familia respetaban “esto”.
Pero este incondicional mueble además de ser tan confortable tenía una gran personalidad. Era tal la sensación de sosiego y tranquilidad que proporcionaba que después de las 19hs. todo el que se sentaba en él quedaba  irremediablemente dormido.
Mi marido se dormía a los  diez minutos de ocupar tan honroso trono sobre todo después de haber tomado examen.  José  con el sándwich en la mano al volver del gimnasio. Francisco mirando un apunte de química y yo pensando en qué haría de comer el día siguiente.
Lo cierto es que el pobre sillón tenía demasiados  sueños acumulados  encima. Comenzó a sentirse algo  pálido, cansado, hinchado, sus engranajes  parecían tener reuma, estaba revuelto y a punto de estallar.
Como le costaba incorporarse cuando se lo solicitaban y sólo deseaba permanecer recostado, tomó una decisión tajante:
MAÑANA MIÉRCOLES EMPIEZO A DEVOLVER TODOS LOS SUEÑOS A SUS DUEÑOS
Así adquiriré mi fortaleza perdida y tendré ganas de levantarme nuevamente -pensó.
Pero no  logró hacer esto porque soportaba tantos sueños apretados  que  los tenía todos confundidos.  De todos  modos  cada  vez que se sentaba un integrante de la familia logró deshacerse de varios de ellos, sintiéndose más esponjoso, liviano, aliviado y funcional.
El jueves nos encontramos todos intentando comer milanesas absolutamente quemadas y una ensalada sin aceite cuando mi marido dijo:
-Hoy estuve todo el día en el gimnasio, me duele mucho la cintura y los brazos de tanto levantar pesas.
-Yo me la pasé pensando en qué podía hacerles de comer, pero estas milanesas me salieron un poco quemadas -comentó José.
- A mí me dieron muchas ganas de ayudarte en el trabajo y me puse a corregir tus pruebas, pero como mucho no las entendí lo hice con lápiz -contó Francisco.
- ¡Qué raro todo esto!
- Hoy estuve estudiando química varias horas, me costó mucho, pero aprendí algunas cosas que puedo emplearlas en la cocina -les conté a mi familia.
No quise lavar los platos. Por un momento pensé  que todos habíamos comprendido  lo duro que era hacer el trabajo del otro y luego  decidí irme a dormir.
Me dirigí como todas las noches a “nuestro  proveedor de momentos de relajamiento” y me pareció verlo como más incorporado y alto por un instante… No hice caso a esta sensación y lo ocupé holgadamente mirando la tele como siempre.
Le dije adiós cuando estaba a punto de dormirme.
A la mañana siguiente me levanté, tomé café como siempre y después busqué un frasco de enduído y una lata de barniz porque sentí un deseo irresistible de arreglar mi casa…

Adriana Rolando

Escribí este cuento porque me agradó mucho haber tomado contacto a través del taller con el género fantástico.

Por ello muchas gracias.





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